Los daminificados del comportamiento de Pablo Iglesias son tantos como quienes caben en Vistalegre, pero ni incluso así cambiará. Ése es el auténtico problema que preocupa a Pedro Sánchez, el Gobierno socialista no puede tener como ministro a Iglesias porque lo reventará por dentro, la primera semana se vestirá de hombre de Estado y, a la siguiente, querrá meter canastas de tres, asaltar los cielos, abrazar a Maduro, comprarse un apartamento en Manhattan o multiplicar por cinco el salario mínimo interprofesional. Enviar a Echenique a Marte. La suma de los diputados de Podemos con el PSOE servirá para investir a Pedro Sánchez, pero no forja ni un Gobierno ni una legislatura, será el desastre, gasolina para las tertulias, guión para los humoristas, otro juguetito roto de Pablito. Digámoslo: Iglesias no está preparado emocionalmente para formar parte del Gobierno. Por eso Pedro Sánchez no duerme, sabría contorsionarse ante el PNV junto a Coalición Canaria, guiñar a ERC sin mojarse, construir el AVE a Santander, obviar a Bildu; eso es la geometría variable, pero Iglesias sólo aventura el caos y el capricho. La investidura no será sencilla, vendrán dos y tres votaciones. Y cuatro, y aumentarán las presiones sobre Ciudadanos. No se repetirán las elecciones porque nadie las desea, pero relájense que esto va para rato.
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