Saber perder

La mayoría no espera a los encantadores para que le quiten su ventura, sino que se la sacuden ellos mismos

El prior del Valle de los Caídos ha denegado su autorización al Gobierno para entrar en la basílica, que es un lugar de culto, y para abrir una sepultura, que es una res sacra. El Gobierno hará oídos sordos. La exhumación de Franco parece imparable. Pedro Sánchez tendrá su foto electoral.

El prior sabe la inutilidad práctica de su postura, que servirá (ya está sirviendo) para atraerle iras, resentimientos, insultos e incomprensiones. No le han frenado. Prefiere cumplir su deber. No hace cálculos utilitaristas ni pragmáticos ni políticos ni acomodaticios.

Da ejemplo. Vivimos en una sociedad tan interesada que parece que lo inútil no sirve. Quizá no tenga solo la culpa el economicismo, sino también el deportivismo. Aquí lo que no tenga una posibilidad de victoria fotogénica o de beneficio contante y sonante ya no merece la pena.

Todo queda entonces mediatizado por un cálculo de posibilidades o por un coste de oportunidad. Por eso, poco a poco, la gente se va a achantando y acobardando. Sin perjuicio de que en lo jurídico y político el prior también nos está dando una lección prioritaria: «Utilizar los posibles recursos contra resoluciones judiciales no es desacato, sino ejercicio legítimo de derechos fundamentales», ha explicado. Las conciencias nunca se han de rendir a la ley, pero, entre tanto, vivir en un Estado de Derecho implica no renunciar a los recursos legales que arbitra ese mismo Estado de Derecho, como pretenden los totalitaristas. Aunque las consecuencias no vayan a ser buenas o puedan ser perjudiciales o no sirva para nada. ¿Para nada?

Usamos de un modo muy limitado la bella expresión "saber perder", circunscribiéndola a cuando perdemos inesperadamente y ponemos buena cara, lo cual es digno de elogio, faltaría más. Pero todavía es más noble saber perder desde el comienzo, por principio. Ir al encuentro, al lance, a la discusión o incluso a los tribunales aceptando que te van a pasar por encima como un rodillo, pero ir porque no te vas a esconder debajo de tus cálculos. «Podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo es imposible», dijo don Quijote. La mayoría no espera a los encantadores para que le quiten su ventura, sino que se la sacuden ellos mismos por miedo, pereza, vergüenza o ambición.

Ignoran que hay victorias morales. Quien supo perder sin amilanarse salió, en lo personal, en el carácter y en la conciencia, ganando.

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