La ciudad y los días

carlos / colón

Puritanismo de ayer y hoy

EL puritanismo siempre es el mismo en su obsesión por censurar lo que considera incorrecto o indecente. Lo único que cambia son los criterios que le guían y los objetos o realidades sobre los que actúa. Tras el Concilio de Trento a las esculturas de la antigüedad clásica se les mutilaron los genitales o se les cubrieron con hojas de parra. Si se trataba de pinturas se pintaban ramitas o trapos sobre las partes pudendas. Los romanos llamaron Il braghettone al pintor Daniele da Volterra que tapó, siguiendo las órdenes de Pío V, los genitales de los personajes del Juicio Final de la Capilla Sixtina que Miguel Ángel había pintado desnudos. La alergia a los desnudos no es solo cosa antigua de clérigos o mentes retrógradas: en 1914 la sufragista Mary Richardson se lió a hachazos con la Venus del Espejo de Velázquez en protesta por la detención de la líder del movimiento y porque "no le gustaba la manera en que los visitantes masculinos la miraban boquiabiertos". Cada época y situación tiene su puritanismo, sin que las sociedades más revolucionarias, progresistas o avanzadas se libren de él. Si en la Rusia soviética los sindicatos de pintores y músicos prohibieron o "desaconsejaron" el arte abstracto y la música atonal por decadentes y burguesas, en la España franquista nacionalcatólica los jóvenes de Acción Católica y otras pías o falangistonas organizaciones tapaban con pintura el escote de Gilda en los carteles y se concentraban en las puertas de los cines para disuadir a los pecadores (en Madrid tiró huevos contra la cartelera un entusiasta grupo mandado por el jesuita padre Llanos, entonces capellán del Frente de Juventudes).

Ahora, en Holanda, donde al parecer los niveles de tolerancia y libertades no conocen techo, los títulos de los cuadros del Rijksmuseum de Amsterdam se "adaptan" a lo políticamente correcto. Se trata de eliminar toda palabra que se pueda considerar despectiva como negro, cafre, indio, enano, esquimal, moro o mahometano. El plan incluye, por ejemplo, encontrar los nombres de las tribus originales para identificar a los aborígenes designados genéricamente como indios o esquimales. Y allí que andan liados para saber si el esquimal de un cuadro es un inuit, yupik, kalaallit, inuvialuit, inupiat, aluutiq, chaplino, naucano o sireniki. "Primero -dice la voluntariosa conservadora- hay que encontrar la rama concreta del poblador. No nos podemos equivocar". Pues hala, a trabajar.

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