Turismo Cuánto cuesta el alquiler vacacional en los municipios costeros de Cádiz para este verano de 2024

Relato de verano

Sara Mesa

Perrita Country (1)

Un día me sorprendo haciendo cuentas malignas. Un gato doméstico puede vivir doce, quince años. Este cabrón, me digo mirándolo de reojo, es capaz de llegar a los veinte.

Tengo un gato gordo. Gordo y también extraordinariamente guapo: atigrado, con mascarilla y pechera blanca, rebequita gris, nariz rosada como un cachito de goma de borrar. A veces digo que es el Paul Newman de los gatos, aunque en esos momentos me olvido de su barrigota y de su mal carácter. Nadie es perfecto.

Como suele pasar -lo saben bien los dueños de los gatos-, es quien manda en mi casa o, al menos, en muchos aspectos de mi vida doméstica, véase: puertas abiertas o cerradas, cantidad de comida y número de comederos, posturas a la hora de dormir, macetas que pueden romperse, sillones susceptibles de ser arañados, mantitas que merecen acumular todavía más pelos. Lo llamamos El Ujier porque, como los antiguos ujieres de palacio, es él quien se encarga de preservar el orden, recibir a los visitantes, tramitar los permisos e instancias, vigilar la puerta de la cámara del rey y custodiar las viandas. Es un decir, claro.

Es obvio que lo quiero, pero también es obvio -por las miradas que voy lanzando por la calle- que en realidad lo que me gustaría es tener un perro. Pero, oh, un perro es una responsabilidad muy grande. Es eso lo que dice todo el mundo, es lo que vengo escuchando de niña y es lo que he terminado creyendo. No, no, un perro no, nunca, y además El Ujier jamás lo aceptaría. ¿Lo aceptarías?, le pregunto una noche cuando se sube a mis piernas para que lo acaricie. Me mira con odio intenso y me lanza un zarpazo. ¿Casualidad? No sé. Al rato está ronroneando dulcemente a mi lado.

Le pregunto a la veterinaria. Abre los ojos con espanto. Una guerra, dice. ¡Sería una guerra!, grita después. No te lo recomiendo, añade. Tiene mucho carácter tu gato. Claro que hay perros y gatos que conviven, pero es porque se conocen desde cachorros. El Ujier tiene ya cinco años, es egoísta, está maleado, no permitirá que ningún extraño invada su territorio. Me encojo de hombros. Preguntaba sólo por curiosidad, digo. Pero es mentira. O debe de serlo, sin que yo me dé cuenta, porque la idea sigue rondando en mi interior. No me abandona.

Un día me sorprendo haciendo cuentas malignas. Un gato doméstico puede vivir doce, quince años. Este cabrón, me digo mirándolo de reojo, es capaz de llegar a los veinte. Es decir, me quedan todavía muchos años para poder tener un perro. ¡Voy a ser una vieja cuando pueda por fin tener un perro! Lo miro ahora de frente. Qué guapo es el jodido. Qué ojazos, qué cara de gato chico, qué dignidad ridícula y sostenida. ¿Cómo he podido pensar en su muerte? Me siento culpable y, para compensar, le doy una barrita de atún y salmón. Delicatessen para aliviar la mala conciencia.

En internet visito las páginas de perreras y refugios. A veces se me saltan las lágrimas: no hay duda de que estoy entrando en la época más estúpida de mi vida. Me estoy ablandando, yo, la escritora de los internados violentos y las cicatrices cleptómanas. Cierro las páginas avergonzada si alguien pasa cerca de mi ordenador: no quiero testigos de esta metamorfosis lacrimógena. Pero se me ha quedado metida en la cabeza la fotografía de un cachorrín. Un perrillo lindísimo que estaba abandonado en un contenedor y que mira a la cámara con ojos tristes y prometedores. Ay, Ujier, ¿de verdad no te harías amigo de él?

Así que sólo preguntabas por curiosidad, bromea la veterinaria. Sí, sí, insisto yo. Lo único que quería saber es si a lo mejor recogiendo un cachorro… La veterinaria se lava las manos -literalmente- y luego dice: puedes probar. Algunos refugios permiten tener a los animales en acogida, ¿no? Si El Ujier no le saca un ojo al intruso en el plazo de un mes, podríamos hablar de una victoria. Luego se queda pensativa. No, un mes no. Mejor un año. El Ujier es de los que se toman la venganza con lentitud. Es malo con parsimonia, como los verdaderos malos.

Llamo al refugio sin contárselo a nadie. En fin, nada es seguro, me digo, sólo estoy haciendo una llamadita. Pero el cachorrín ya está adoptado. Al parecer, casi todos los cachorros encuentran dueño pronto. Sobre todo los cachorros bonitos, dice la chica del refugio, y me parece rastrear un reproche en su comentario. Yo no quiero que se confunda. Le explico que si busco un cachorro es por culpa de El Ujier. Soy una persona responsable, le digo, la responsabilidad ante todo, tener un perro es una cuestión de responsabilidad, yo nunca… Ella me interrumpe. ¿Un gato adulto? No puedes meter en tu casa a un cachorro con un gato adulto. ¿Sabes lo que es un cachorro? Todo el día jugando, molestando, tocará su comida, no respetará su territorio… ¿No te interesaría mejor un perro adulto? ¿Adulto?, repito yo. Sí, tenemos adultos muy sumisos que convivirían perfectamente con un gato. Lo que necesitas es un perro tranquilo, que conozca las normas. Claro, claro, digo yo, sobrepasada por el giro de la conversación. La chica me dice que, de hecho, tienen a La Perra Perfecta para mí. Perfecta, repite. ¿He mirado la página web? Allí está su ficha. Debería conocerla, probar con ella. La chica pone la mano en el fuego por ese animal. Qué bien, digo yo. La buscaré, claro. Volveré a contactar, por supuesto. Cuelgo con la misma sensación que tengo cuando me llaman de una aseguradora o de la compañía de teléfonos: me la han colado.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios