Turismo Cuánto cuesta el alquiler vacacional en los municipios costeros de Cádiz para este verano de 2024

No cabe duda de que los hosteleros de San Fernando son gente con una gran imaginación. Llevan ya unos cuantos años bordándolo, con las rutas de la ensaladilla o las croquetas y ahora montan una dedicada a los bocadillos, pero no a su versión minimalista, el montadito, sino a la versión "matahambre", esos bocadillos de al menos medio manolete que se rellenaban con contundencia para aplacar el hambre cuando uno estaba tieso. Una gran iniciativa.

Toda persona tiene un bocadillo de su vida, un entrepanes que le quitó el hambre en una jornada ciega. Recuerdo que de adolescente, cuando mi médico "gordontólogo" le dijo a mi madre que el problema de su niño era que crecía más a lo ancho que a lo largo, me jartaba de bocadillos en la clandestinidad, cuando nadie me ve, como cantaba Alejandro Sanz.

Estaba condenado a los bisteles de pollo vuelta y vuelta y a las ensaladas mixtas, incluso me tomaba unos batidos de esos que tienen textura como de tapajunta, de lo que se le pone a los azulejos. Entonces cuando llegaban los recreos yo me fugaba del colegio, me iba a una panadería y me compraba un viena crujientito. En casa de mis padres, cuando no había nadie, abría el pan y le ponía dos pegotones de mayonesa y jamón Yó, para compensar. Me encantaba que la mayonesa rebosara por los lados y ya volvía a clase más relajado que un vegetariano tras comerse un kiwi.

Era necesario homenajear al bocadillo, al de tortilla engollipona, al de bisté empanao, al de chorizo Pamplonica. Creo que es posible analizar la vida del ser humano a través de los bocadillos que se come. Tras la Primera Comunión, en un día tonto de 38 y medio de fiebre, se inicia con los de tortillita a la francesa. En la adolescencia son de Choperpol, luego cuando cree que es adulto se tira al shangüi vegetal, en un acto de rebeldía. A los 30 se vuelve a la verdad y se descubre el bocadillo de bistelitos y a los 40 el sibaritismo. Se apodera de tí la melva con piquillos y el jamón ibérico de bellota con más vetas que el mármol de Carrara. A los cincuenta se llega a la madurez que se traduce por el gusto por el de lomo en manteca y a los 60 pan integral, quesito fresco y jamón de pavo. Llegar a los 70 debería celebrarse con un manolete relleno de filetitos de morrillo de atún vuelta y vuelta y a los ochenta ya lanzarse al mejor plan de pensiones con el que se puede soñar, el mollete relleno de pringá atocinada de la berza.

Si cumplo los 90 quiero que en mi cumpleaños, en vez de velas, le pongan encima a la tarta un viena ligeramente tostado relleno de finas lonchas de chicharrones especiales con queso semicurado de la Sierra de Cádiz. Dejarme solo.

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