E L concejal de Memoria Democrática del Ayuntamiento gaditano, Martín Vila, se propone convertir el chalé de Varela, de propiedad municipal, en una Casa de la Memoria. A priori, toda acción tendente a conocer nuestra historia para que, sobre todo los más jóvenes, no se repitan los errores del pasado, a la vez que se honra la memoria de las víctimas de cualquier contienda, es plausible. El Memorial de Guerra Australiano es un ejemplo de ello. Tiene como objetivo recordar a todos los miembros de las fuerzas armadas que hayan fallecido o participado en las guerras en las que estuvo presente la nación oceánica. Los australianos participaron en casi todos los conflictos bélicos en el pasado, aunque aparentemente no les fuera nada en algunos, y no siempre se pusieron de acuerdo a la hora de decidir si merecía la pena. Pero lo que toca resaltar es que desde la inauguración del museo, se honra a todos los protagonistas por igual, tuvieran mayor o menor fortuna con sus alianzas y los resultados obtenidos. España en cambio no estuvo en ninguna de las dos grandes guerras, pero libró una entre hermanos de la que aún está lejos de recuperarse porque sobre todo algunos nietos y biznietos de ambos bandos son incapaces de reconciliarse.

Vila ya tiene, incluso, un proyecto para transformar el chalé del líder de los golpistas en Cádiz en un museo. Pero como su plan no nace del consenso, la batalla está perdida y la polémica servida de antemano. El PP, de nuevo superado por las circunstancias, ha dado la callada por respuesta. Y Cs trata de ganar tiempo al pedir más información, como si sus concejales vinieran de Marte. Como es natural, la hija del líder de Varela, Casilda, no piensa moverse, amparándose en un convenio que firmó con el Ayuntamiento. Vila le anima a renunciar hablándole de la dignidad, qué sabe nadie. Y aunque en voz alta Casilda diga que le parece muy bien que el gobierno local haga lo que quiera con el chalé cuando lo recupere, no le hará mucha gracia abandonarlo a sabiendas de que la idea es desacreditar la figura de su padre. En cambio, quizá no defendería su derecho vitalicio con tanto ahínco si en el chalé se proyectara una biblioteca y un archivo, huyendo de la polémica.

Es innegable que a este país le hace falta un memorial de la guerra como el comer, para hacer justicia y reparar tanto daño como el que causan las víctimas que siguen en las cunetas. Pero siempre que dicho proyecto nazca del partidismo o del punto de vista exclusivo de uno de los dos bandos, hablando de buenos y malos, fracasará a la hora de cerrar heridas. Sobre aquella España llena de ira, violencia y muertes, Manuel Chaves Nogales, que nunca se casó con nadie, fue capaz de describir en A sangre y fuego el horror en el que se convirtió el país durante la Guerra. Desde la mesura y la imparcialidad de un autor al que unos y otros tacharon de suave por su equidistancia, su obra criticó con la misma vehemencia los ansias exterminadoras de ambos bandos. Y si entre todos no asumimos esta tragedia en toda su dimensión, ni Vila, ni nadie, a izquierda o derecha, podrá erigirse en guardián de la memoria. Sólo desde el talante y el consenso será posible que esto ocurra, pero hasta entonces lo único que nos garantiza vivir con tranquilidad es justo la mala memoria, aquella que nos permite gozar de la democracia en la actualidad sin entrar en honduras, a la espera de que un buen día todas las partes sean capaces de sentarse a la mesa para admitir nuestras miserias y poder mirar hacia delante, sin cuentas pendientes.

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