Hay dos maneras de enfrentarse a un número de magia: quedarse extasiado ante el espectáculo y las habilidades del mago o actuar de observador tratando de descubrir el truco que se esconde en el siempre brillante ejercicio del ilusionismo. Nuestra sociedad, por norma, es más de admirarse, de abrir la boca de par en par para tragarse cualquier anuncio mágico que se haga desde la esfera del poder. Magia fue la admirable recuperación de los bancos tras la crisis con el truco del rescate que nunca existió; ilusionantes las últimas cifras del paro, alimentadas por una trucada reforma laboral que se llevó por delante a miles de trabajadores para construir un nuevo mercado precario; mágica esa subida a medio plazo del salario mínimo, bajo el indignante truco de los condicionantes económicos. O aquel mágico y cacareado superávit municipal que -¡oh, truco!- escondía en el sombrero del mago una mayúscula deuda.

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