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Cuarto de Muestras

Intimidad perdida

Es mucho más difícil enamorar a quien nos conoce que a quien nos imagina

En esta gran plaza que son las redes sociales lo mismo se celebran fiestas entre amigos que se ejecutan venganzas. Se lucha con igual vehemencia por una buena causa que por divulgar una cruenta pelea. Hemos vuelto a la ejecución pública a la vista de todos con la degradación que ello supone para el verdugo, para la víctima y para un público cada vez más insensible e insaciable que sólo busca ver lo que los demás han visto. La bondad y el crimen tienen la misma proyección. Las redes tienen un látigo silencioso para doblegar a la fiera que todos llevamos dentro, aquella cuya curiosidad se arrastra hasta lo desagradable o lo prohibido. En esta misma plaza juegan niños y mayores, ricos y pobres, buenos y malos, cultos e ignorantes, cada cual a su afán y sus asuntos. Se salvan vidas y se dinamitan reputaciones. Todo se sabe y todo se olvida. Las mirillas llegan hasta las alcobas.

Es la nueva manera de relacionarse. No existe ni el silencio, ni lo íntimo, ni el progresivo conocimiento. El trato directo con el otro se sustituye por una pantalla que nos permite inventarnos a nosotros mismos e imaginarnos al otro. Es mucho más difícil enamorar a quien nos conoce que a quien nos imagina. Es mucho más sugerente nuestra imagen escogida que nuestro día a día. Hoy saben más de nosotros nuestros desconocidos que muchos de nuestros amigos porque deliberadamente nos paseamos por la gran plaza virtual para que nos vean, para gustar a todos si es que eso es posible. Detrás de la búsqueda de un "me gusta" no sólo hay vanidad y cierto histrionismo, hay sobre todo conciencia de soledad en un espacio tan grande, necesidad de ser aceptado y querido en un mundo que ya sólo habla con emoticonos. Un mundo que nos lo cuenta todo, pero del que no sabemos nada.

Y es que la exhibición en las redes anula el privilegio de la intimidad, el derecho sagrado de decidir con qué personas queremos compartir nuestra parte más profunda, preciada y única. La exhibición anula el misterio de lo que cada uno somos, nos devalúa frente al otro y frente a nosotros mismos. Todos deberíamos hacernos primero y, una vez hechos, decidir con quién queremos ser, a quién queremos regalarle nuestro bien más preciado, aquello que hemos preservado con celo para los escogidos. La desnudez nos hace vulnerables salvo cuando es un acto de entrega y de amor. Hay que enseñar a los jóvenes que sin secretos no somos nada, solo carne que envejece.

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