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Cuarto de Muestras

La bruja caníbal

Nadie borra del todo

Lo de cambiar la ropa de invierno por la de verano en los armarios tiene su punto de asombro. No me refiero a que se nos haya quedado chica ni a que no la recordemos ni a la que decidamos no sacarla este año, por puro cansancio, pero tampoco darla porque le tenemos cariño de lo que hemos vivido con ella. No. La mayor sorpresa la suelen dar los bolsillos.

No suelo vaciar los bolsillos de las chaquetas. A lo mejor tengo miedo a extraviarme y en ellos encuentro la magdalena de Proust que me devuelve el tiempo perdido. O será por influencia de Hansel y Gretel que me resulte inevitable ir metiéndoles cualquier insignificancia por el camino para encontrar el esquivo regreso a la memoria. Por eso, a veces, lo que encuentro en los bolsillos, son esas migas de pan que se comieron los pájaros del cuento y me quedo perdida: Un número apuntado en un mísero papel de un procedimiento judicial; un billete de tren de cercanías; una estampita de un cristo desconocido, de las que dan en cualquier iglesia; una lista de la compra sin tachaduras; un número de teléfono sin especificar a quién pertenece. Un botón. Unas pelusas hechas una bolita. Una nota poniendo “acordarme”. Cuando las descubro, un poco enfadada conmigo misma, las tiro. Otras no, otras, al meter la mano en el bolsillo, llego directa al momento exacto y me quedo al abrigo de los recuerdos: una ramita seca de olivo de un Domingo de Ramos en Notre Dame, una entrada de museo para ver al Cristo muerto de Mantenga, unas lentejas para empezar el año, una concha de la playa cogida en invierno para recordar el verano, un verso suelto, una cuenta de un collar roto. Una gomilla para atarme el pelo. Un céntimo que me encontré en la calle y dicen que da suerte. El corazón de una margarita deshojada. Todas estas cosas se quedan en los bolsillos y vienen conmigo, me gusta meter la mano y tocarlas. Me dan compañía.

Hay gente, más ordenada que yo, que lleva como debe ser, limpios y vacíos sus bolsillos. Pero un día, aburridos, se ponen a mirar en su teléfono y descubren que acumulan todas estas insignificancias. Aparecen imágenes, notas que creía borradas. Eliminan de esa memoria postiza mucho, pero quedan detalles, fotos, nombres en los contactos que ya no están. Nadie borra del todo.

La mente es esa bruja caníbal de los hermanos Grimm, que pretende hacernos engordar los pensamientos para después devorarnos con el olvido.

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