Turismo Cuánto cuesta el alquiler vacacional en los municipios costeros de Cádiz para este verano de 2024

Decía Miguel Gila que el éxito de su humor absurdo radicaba en que sus monólogos fuesen creíbles, y ciertamente no chirriaban tanto como el relato de Cs para alcanzar el poder. Los naranjas caminan hacia la perdición desde que quedaron a un suspiro del PP, en 2019. El partido nacido para conectar con su generación y jubilar a la vieja política padeció del vértigo inicial a la dificultad para respirar, pasando por las terribles jaquecas que hoy le asoman al abismo. Albert Rivera gestionó aquella victoria moral peor que la de Arrimadas en Cataluña. También triunfó en las andaluzas y noqueó al PP en las municipales, pero se contagio del mal de altura. Amasó tanto poder en tiempo récord, que empezó a flotar. Fuera de órbita, ya sólo puede presumir de que no pactó con Pedro Sánchez, como prometió, pero también ignoró a la corriente eléctrica y ajena al griterío ideológico que exige una nueva política de verdad. Cegado por la ambición, no entendió que le votaron para marcar a Sánchez y alejar a los separatistas del poder. Por el contrario, viró tanto a estribor, que dejó huérfana a una legión de moderados, que aún busca sus referentes. Después de pactar lo mismo con el PSOE que con el PP en la Junta andaluza, para reivindicarse como la solución a todos los problemas, Rivera dilapidó su caudal de un plumazo. Obsesionado con un PP en descomposición, Cs se olvidó del mandato de las urnas pensando que tenía el liderazgo del centro derecha en la mano. No sólo dio la espalda a un Sánchez que, bien es cierto, daba repelús incluso entre los suyos: para culminar su violento giro, se retrató junto a Vox y renunció a su papel templado, pactando sólo con el PP en vez de hundirlo, como anhelaba.

Es como si un piloto de Fórmula 1 detuviera su coche para cederle el sillón a su compañero de escudería -y principal rival- cuando éste se sale de la pista, a la vez que intenta ganar el Mundial. El ex líder naranja además de reanimar a Casado le regaló todo el poder del mundo empezando por Madrid, a cambio de un triste papel de subalterno. De nada le sirvió al PSOE ofrecerle un botín mucho más suculento, con tal de enterrar al PP. El mismo regalo envenenado al que, por cierto, ahora se agarraba Arrimadas, a la desesperada. Igual que todo el mundo entendió, hace dos años, el pacto de Cs con el PP en Andalucía, donde el PSOE llevaba 40 años mandando, lo de entregarle casi gratis también Madrid y Murcia no se lo explicó ni él. Ahora Arrimadas, con el obligado guiño a la izquierda, sólo intenta centrarse y que Cs no pase a la historia como el CDS de Suárez. No le queda otra, pero la estafa política ha quedado al descubierto con su pésima puesta en escena en Murcia, tras elegir el peor momento. Ha recordado al mejor Gila cuando contaba al público que el día que nació, su madre no estaba en casa. El pobre se lo contó a la portera, que no le hizo ni caso. Y al volver, su madre le gritó que no se le ocurriera nacer solo nunca más: "¿Qué quieres? -acertó a responderle- es la primera vez que nazco". Eso mismo debió pensar Arrimadas, cuando los barones de Cs le piden cuentas: "¿Y qué queréis? Es la primera vez que pacto algo sin avisaros". Es todo tan lamentable que, salvo milagro, en 30 años nadie recordará a Cs, cuyos líderes antepusieron sus deseos al sentir de la gente, como hacen tantos gobernantes. Los mismos, todo hay que decirlo, que ya no representan a esa mayoría que no sabe adónde mirar en busca de auténticos líderes.

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