Afirma Mario Crespo, siempre atinado, que «si de verdad los periódicos tuvieran que hablar sólo de lo importante, todas las portadas de la última década deberían ser sobre demografía». Claro que los periódicos tienen que hablar también de lo urgente, ay, y, además, hay otros problemas importantes, aunque todos están más relacionados de lo que parece.

Cuando preparé Tu sangre en mis venas (Renacimiento, 2017), antología de poemas dedicados al padre, noté que, a medida que nos acercábamos a este tiempo, el tema de la paternidad, con sus dudas, nostalgias, desgarros y sentimientos ambivalentes, iba apareciendo más y más. Hay un evidente paralelismo en la narrativa, en la memorialística y en la ensayística. La cosa está tan desesperada que ya va siendo hora de que empecemos a tratar esta cuestión en los periódicos.

Dos nuevos libros lo hacen, y su lectura solapada produce potentes sinergias. El primero es De tal palo (Adonais, 2019), del psiquiatra Javier Schlatter, que explica la necesidad de la presencia y la figura del padre. Es una lectura muy práctica y exigente para los que tenemos hijos. En su defensa (a ratos vergonzante, siempre urgente) de la masculinidad, que es la materia prima de la paternidad, estriba la sinergia con la segunda obra, El primer sexo (Homo Legens, 2019), del escritor y polemista francés Eric Zemmour.

La defensa prácticamente numantina del hombre es el hilo conductor del provocador panfleto de Zemmour. Hasta alguien tan bravo como Emilia Landaluce dice en el prólogo que no puede compartir todo, pero la obra supura honestidad intelectual (eso tan explosivo). La relación de la ausencia paterna con los problemas de los hijos, por ejemplo, se esculpe con dicción epigramática: «Cuando muere la autoridad del padre, siempre gana la química» [de la medicación].

Tras la actual erosión de la masculinidad, advierte Zemmour, maquinan oscuros intereses capitalistas y sistemáticos deseos prometeicos, porque «para cambiar al hombre, hay que romper la cadena milenaria de padre a hijo». Paradójicamente, el hombre no sale del todo damnificado de su propia extinción. De hecho (y esa es la sinergia de vuelta con Schlatter), ha de encauzar su energía a través de la paternidad si no quiere enrocarse en una defensa desesperada (y confortable) de una vitalidad autosatisfecha (y suicida); que acaba perjudicando a la mujer; además de a los hijos y a la demografía.

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