DE LA HABANA hA VENIDO UN BARCO...

relato / ángeles / Hidalgo

Grupo número 3

En una escala de su crucero, Emily será testigo de un hecho que tendrá consecuencias inesperadas para el futuro de sus protagonistas y para ella

BUSCÓ el número 3. En el bullicio que se había formado en el puerto tenía que haber un número 3 en alguna parte. Era el número del grupo al que pertenecía desde el momento en el que decidió visitar esta ciudad en un tour organizado. Desembarcó con su ticket a la hora indicada y, al igual que el resto de pasajeros, busco el número que le correspondía.

Lo encontró, un cartel sostenido por una chica rubia cuya cara le sonaba del personal de animación del crucero. A su lado, una mujer comprobaba en un papel que el ticket se correspondía con algún nombre del listado. Era la guía. Le dio los buenos días y le preguntó su nombre en perfecto inglés.

Emily Jones. Vengo yo sola, mi marido ha decidido quedarse en el barco.

Jones… Jones…, sí, aquí está. Richard y Emily. Gracias. Espere aquí con el resto del grupo. Salimos enseguida.

Iniciaron el "Paseo por el centro histórico de Cádiz". Así se llamaba la excursión que durante 3 horas le ayudaría a conocer otra ciudad más en este largo crucero que le había llevado de un continente a otro. Había perdido la cuenta del número de guías que había seguido, de las catedrales que había visitado en todos los estilos posibles, de los innumerables cuadros colgados de los muros de palacios, museos, castillos. En uno de los cajones de su camarote, se apilaban imanes, postales y bolitas de nieve. Richard le había acompañado en las primeras escalas pero llegó un momento, no recordaba si en El Cairo o en alguna isla griega, en el que decidió que le bastaba echar un vistazo desde el puente, tomar una foto que demostrara que había estado allí para luego volverse al casino a probar suerte con las tragaperras. Había sido un error comprar todas las excursiones por adelantado pero le habían convencido, para variar, en la agencia de viajes, con la consabida cantinela de que se iban a ahorrar mucho dinero así.

La guía se había parado en una plaza cercana al puerto. Hablaba de algo relacionado con una constitución o algo así. Miró alrededor y le gustó lo que vio. Edificios rematados por una especie de torreones la contemplaban al otro lado de la plaza. Parecía que habían estado allí durante siglos, viendo pasar delante de ellos a viajeros que, como ella, habían desembarcado justo a unos metros a lo largo, de quién, sabe cuántos años.

El paseo les llevó a otra gran plaza que daba al otro extremo del puerto. Terrazas de cafeterías y restaurantes animaban este espacio urbano presidido por un edificio que le recordó a la Casa Blanca. La guía explicó que se trataba del Ayuntamiento y que, el hecho de que hubiera gente vestida de fiesta delante del edificio, era porque, al ser viernes, se celebraban allí las bodas civiles.

El grupo tomó algunas fotos de las elegantes señoras elevadas sobre altísimos tacones y, a una señal de la guía, se dispuso a continuar su camino sin perder de vista el número 3.

Emily quedó rezagada. UnMercedes llegaba en ese momento a la altura del Ayuntamiento. De él descendió una novia. Lucía un vestido inspirado en un traje de chaqueta estilo años 50. La falda estrecha por debajo de las rodillas dejaba al descubierto unas pantorrillas perfectamente simétricas. Los zapatos de tacón estaban forrados con el mismo tejido. En la puerta del Ayuntamiento, se apelotonaban los invitados. Emily observó la cara de la novia. Parecía no reconocer a nadie. ¡Los nervios! ¡A ella le ocurrió lo mismo!.

El novio la esperaba al pie de la escalinata. Su mirada llena de admiración. Se le veía que la felicidad le invadía.

Desde sus altos tacones, la novia se dispuso a recorrer el corto trecho que le separaba del hombre de su vida. Emily recordó lo que ella sintió en ese momento, cuando Richard le esperaba en la iglesia. ¡Cómo le había invadido una profunda sensación de plenitud!.

El grupo número 3 salía ya de la plaza por una estrecha calle. Emily quedó rezagada, atrapada por la escena que se desarrollaba ante ella. El ritual seguía su curso hasta que, a la flamante novia, se le cruzó en el camino un chicle de fresa, arrojado al suelo sólo unos momentos antes, aún húmedo, conservando, todavía, las huellas de los dientes que lo habían taladrado de forma insistente, hasta sacarle todo su jugo.

El esbelto tacón, que, como alta columna portaba su bella figura, quedó atrapado en la informe masa. En un primer instante, apenas se percató. Pero al querer continuar, el pie derecho pareció que se le resistía. Sintió que "algo" la retenía e impedía que diera un nuevo paso hacía su nueva vida.

La magia del momento quedó hecha añicos. Consiguió levantar el pie y se vio obligada a apartar la mirada del hombre de su vida. Vio, horrorizada, como el chicle se había apoderado de la base de su tacón y se desbordaba invadiendo la tela que lo forraba. El deslumbrante blanco quedó maculado por el rosa chillón que, tan sólo unos instantes, había llenado de sabor el paladar de una boca cualquiera.

Mientras se contorsionaba para desprenderse del molesto intruso, su mirada se posó en la de Emily. Ésta, petrificada, se vio a sí misma cuando, ya del brazo de su padre, avanzando hacía el altar, dio un traspiés en un inoportuno pliegue de la roja alfombra. Fueron tan sólo unos breves segundos, pero suficientes para que se le pasara por la cabeza dar marcha atrás. Escapar a su destino. Cambiar las cartas que le había tocado jugar. Su padre le obligó a retomar el paso haciéndola avanzar de nuevo, rumbo al futuro que ya estaba escrito.

Pero la novia que tenía ante ella caminaba sola a su propio destino, y no dudó. Ante la mirada atónita de todos, se quitó los zapatos - el chicle, aún dueño del tacón derecho - corrió hacia el Mercedes sin mirar atrás, y ordenó al chófer que arrancara dejando al novio y a los invitados con cara de póker.

El grupo número 3 volvía al Oasis of the Seas después del agradable paseo. Algunos se habían quedado haciendo compras en las animadas calles de esta bonita ciudad cuyo nombre muchos, la verdad, no recordaban ya. La mayoría subían por la pasarela del gigantesco crucero pensando en cuál de los restaurantes tomarían el almuerzo y planificando el resto del día.

A las 6 de la tarde, la bocina grave y ensordecedora del Oasis of the Seas indicaba que zarpaba hacia un nuevo puerto. A Emily le encantaba ese momento en el que la ciudad se iba empequeñeciendo hasta desaparecer en el horizonte y el mar se convertía en el único compañero. Entonces cogía su libro, elegía una hamaca en el puente más tranquilo, y allí se quedaba hasta que se encontraba con Richard en el camarote y se vestían para la cena. Así habían transcurrido, hasta ahora, sus días de crucero. Una ensaladilla rusa a medio comer y una coca-cola sobre la mesa de un bar. Una tele a todo volumen y unos clientes obligados a hablar en voz alta. Emily bebía el refresco mientras observaba a través del ventanal las maniobras del práctico indicando la salida del puerto al enorme crucero. No le había preocupado que nadie entendiera inglés y hubiera tenido que señalar con el dedo esa especie de ensalada de patatas. Ese chicle de fresa también se había cruzado en su camino para cambiar su destino.

Solo había una cosa que echaría de menos, el libro que le esperaba en un cajón de su camarote.

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