Con la venia

Fernando Santiago

fdosantiago@prensacadiz.org

Gaditas

Hasta el obispo de Jerez se nos ha vuelto de las Tres Cés del Cádiz profundo. Voy a exiliarme al islote de Sancti Petri

José Rico Pavés es el nuevo obispo de la diócesis de Asidonia-Jerez. El día de su toma de posesión, para congraciarse con sus feligreses, contó que él vivió en la ciudad de Cádiz, que hasta se le había pegado el acento, era "un gadita más". El hombre, en su despiste, hizo como esos políticos cuneros que cuando llegaban a Cádiz para encabezar cualquier lista decían que habían hecho la mili en la provincia o que veraneaban aquí desde siempre, solo que en este caso el despiste del prelado fue de tal magnitud que, supongo, los creyentes de su diócesis debieron quedar un poco desconcertados porque el pastor del rebaño hacía alarde de gaditanismo cuando tomaba posesión de una diócesis diferente. Supongo que monseñor Rico quería quedar bien pero en el fondo metió la pata hasta el fondo porque en Jerez ser "gadita" no creo que entusiasme a nadie, salvo quizás la peña cadista que como la aldea de Asterix mantiene firme la pasión por lo que antes llamaban "el equipo amarillo". Igual el prelado pensaba que su diócesis incluía a la ciudad de Cádiz, todavía no había aprendido que lo suyo es de la orilla derecha del Guadalete hacia el nor-noroeste y que entre sus fieles no suscita mucha simpatía el casticismo de la capital. Quiso ser amable y ganarse la simpatía, lo que consiguió fue escepticismo o rechazo, según.

Yo, que no soy de esa peña, si viene alguien a decirme que es "gadita" huyo despavorido como si me dijese que tiene COVID. El alarde de casticismo me provoca rechazo porque se dice como si supusiese la verdadera identidad de la ciudad, basada en sus rancias tradiciones, no en la cultura o el cosmopolitismo, como ocurría antiguamente, sino en ser socio del Cádiz, hermano de alguna cofradía y tenor en una comparsa, buscador del rayo verde en La Caleta, jugador de bingo en esa playa, conocedor de las 15 piedras, amante de los juanillos, el Corpus, la llegada del Juan Sebastián de Elcano, las caballas asás, los caracoles, el arroyuelo, alguna chacina en El Manteca o La Cepa, días enteros en la playa, quejas sobre lo mal que está la ciudad y lo chungo que son los políticos, graciosos de chiste de barra de bar, y todo aquello que se supone forma parte de la identidad del Cádiz del siglo XX, la ciudad que sonríe y esas cosas, la que rinde homenaje a los comparsistas de vida irregular, la que retira los recuerdos a sus escritores, la que excita los oídos de las clases populares con todo tipo de agasajos. Nuestros sabios y artistas otros países los recordarán. Hasta el obispo de Jerez se nos ha vuelto de las Tres Cés del Cádiz profundo. Voy a exiliarme al islote de Sancti Petri, ahora que han restringido el acceso, allí espero no encontrarme ni gaditas ni obispos getafenses.

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