Es difícil reírse siguiendo un Concurso del Falla tan largo. Salvo los de siempre, Vera, Selu, Canijo, Sheriff... y la sorpresa de cada año, el resto es mediocre. Y son tantas las agrupaciones, que la chispa y el pellizco se diluyen. Hay que esperar una semana para escuchar un buen cuplé. Y para colmo, la piel del personal es tan fina, que a los autores se les encoge la pluma. Ni siquiera el humor blanco escapa de la crítica. Hasta los caracoles y las vacas ya tienen plataforma en su defensa para ejercer la censura. Como ha dicho El Noly, hay más fanatismo que afición, y es casi imposible no herir a los ofendiditos. Para evitarlo, algunos chirigoteros se agarran al repertorio lacrimógeno y dan ganas de llorar doblemente. Imperdonable. Cualquier día le dedican una reverencia al poder antes de empezar. Otros fracasan al intentar hacer reír desde el insulto, y tampoco es eso. Lo fácil es tachar de flojo al político de turno, pero el humor ha de incluir la dosis exacta de exageración y todos sabemos que se escaquean por nuestro bien, para enseñarnos a conciliar. Hasta los niños saben que si a un concejal de Turismo le da por perderse en pleno agosto, no lo hace por vago: lo hace para defender el derecho del trabajador al descanso. Y si el de Cultura sólo va al teatro en Carnaval, es por dejar su asiento libre a los amantes de la lírica.

Para arrancar una buena carcajada lo grave es ser previsible: no basta con decir que la oposición no trabaja y que el gobierno traga con todo con tal de seguir en el poder. Es precisa más imaginación. Y quienes necesiten inspirarse sólo tienen que pasear por La Viña para recuperar su olfato. El humor forma parte del ambiente en un barrio que sabe reírse de sí mismo, haciendo gala de la debilidad humana. En La Viña a la burla -"¡ahí va el padre de Messi!, es clavao"- se responde a la velocidad de la luz desde el pensamiento o el subconsciente, da igual: "Si fuese su padre lo vendería todos los días dos veces". Pero a la vez que se respira el surrealismo, también se cultiva el ingenio, que llega aún más lejos, al poner el talento al servicio de la razón para dictar sentencia, que diría Chesterton. Aunque las penas sean más o menos graves, si el espíritu gaditano te canta las cuarenta, no caben recursos. Por eso la chirigota que triunfa es la que deja en evidencia al personaje de turno con finura hasta en el andar.

Los políticos están acostumbrados al insulto. Lo que les escuece, como escenificaba Yuyo, es que se rían de ellos con un buen pasodoble cantado desde el ingenio y la ironía, los grandes ministerios de la tradición carnavalera. Y más vale no abusar de letras contra mandatarios que no ven el Concurso, porque los que se parten de risa son ellos. Es fácil pedirle a Sánchez trabajo para astilleros. Pero los repertorios que enganchan son los dirigidos a cambiar las cosas que están a nuestro alcance. No es sencillo criticar a los concejales y diputados que nadie conoce. Y menos si se cubren con tantas capas que cuesta saber a qué se dedican. Pero tanto pasotismo de los autores empieza a preocupar en las esferas del poder. Las agrupaciones que renuncien a la crítica ante el poder, renegarán de sí mismas. Y si a ello unimos el flaco favor que le hacen las redes al machacar los chistes, el desafío para las chirigotas es doble. Fijo que gozarán de larga vida si las dejamos respirar. Ahora que empieza lo mejor del Concurso, sería el mejor homenaje a Juan Carlos, Santander y tantos otros que catapultaron el Carnaval.

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