Errar es humano, tan humano que se antoja empresa imposible encontrar una persona que nunca se haya equivocado. Otra cosa es el tipo de error. Hay errores de bulto, fallos que salen caros y que influyen en la vida de uno mismo y en la de los otros. Hay errores involuntarios, meteduras de pata de mayor o menor importancia que no implican voluntariedad pero que precisan de una imprescindible rectificación. Y hay errores leves, veniales en su concepción y desarrollo que por lo general se esfuman con el tiempo por su endeble consistencia. Pero en política, por ejemplo, los errores deben llevar implícita la dimisión. Como aconsejar saltarse la ley para ocupar una casa propiedad de los bancos, las entidades más legales de este país y con menos letra pequeña en sus contratos. La clave está en saber pedir perdón y usar las palabras mágicas: "Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir". Y todo perdonado.

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