La misericordia, ¿tiene algo que ver con la educación? Yo creo que sí. ¡Y mucho!

A nadie se le ocurriría pedir a los programas informáticos que existen para enseñar idiomas u otras materias, que sean "misericordiosos". Porque hablar de educación es mucho más que hablar solo de conocimientos.

Desde el principio de los tiempos el fin de la educación ha sido formar personas. En la familia, primero, y luego en la escuela y otros ámbitos sociales, "los que llegan" se sienten acompañados por quienes "llegaron antes", para instruirles cómo vivir en sociedad, y cómo desarrollar su naturaleza. "Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre", decía Kant.

En ese caminar juntos, profesor y alumno, reside el núcleo de la educación: un adulto que comparte su experiencia de vida con alguien que está empezando a vivir. En esa relación hace falta confianza, amistad, y misericordia. Para ser educador no es suficiente ser un experto en una materia determinada: "Para enseñar latín a Juan no basta con conocer el latín; hay que conocer a Juan", se ha dicho.

Y conocer a una persona, a un alumno, supone lo que recordaba Platón: "Sé comprensivo, porque cada persona que encuentras en tu camino está librando una dura batalla". Las personas sufrimos heridas y experimentamos fracasos. Pues bien, que un alumno encuentre a un profesor que le diga: "Ánimo, confía en ti, que eres más que ese fracaso; yo estoy aquí para acompañarte", es lo mejor que puede escuchar un alumno y es lo mejor que puede decir un profesor.

Eso es misericordia, que no tiene nada que ver con la indiferencia. Ante una conducta inapropiada, el docente debe ser claro y hacer ver al alumno que ese camino no le conviene. Pero debe hacerlo de modo que le dé confianza en sí mismo para volver a intentarlo.

"Yo no soy un maestro: solo un compañero de viaje al cual has preguntado el camino. Yo te señalé más allá, más allá de mí y de ti mismo". George Bernard Shaw.

¡Qué hermoso es educar así!