No hace mucho el pospartido a la toma de las doce uvas se seguía en una fiesta regada de alcohol y abarrotada de trajes de chaqueta y vestidos largos. Era uno de los días marcados en el calendario en la primavera de la vida. Había fiestas cotizadas que costaba una barbaridad conseguir una entrada mientras que en otras se reunían las sobras de los que no habían conseguido el boleto en la más popular. Eran tiempos en los que profesionales de la hostelería y otros que vieron una forma rápida de ganar dinero empezaron a ofertar cotillones de fin de año pensando que la demanda era infinita y que se tragaba por todo. Pero aquella burbuja explotó cuando empezaron los problemas en algunos eventos, como en el antiguo cine Imperial y también en una nave de la Zona Franca que sirvió de portada para este Diario por la cantidad de denuncias que se llevaron. Allí firmaron su acta de defunción.

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