Calle Real
Enrique Montiel
Una mentira tras otra
Por Real Decreto de 17 de agosto de 1925 se crearon las Escuelas Sociales, y mediante Real Orden de 12 de agosto de 1926 se establecieron los estudios de Graduado Social con carácter superior. En esta larga trayectoria, un Decreto de 21 de julio de 1933 dispuso que las Escuelas pasaran a depender del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes; sin embargo, el 12 de octubre del mismo año, otro Decreto de la República devolvió su dependencia al Ministerio de Trabajo, al ser esta una profesión estrechamente vinculada al mundo socio-laboral y a la Seguridad Social.
Para ser fiel a la historia, la Guerra Civil paralizó la actividad docente en las Escuelas Sociales hasta que, por Orden de 4 de marzo de 1940, se confirmó su continuidad. Fue entonces cuando el catedrático de Derecho del Trabajo Eugenio Pérez Botija se convirtió en su gran impulsor, reclamando la integración plena de estos estudios en la Universidad. Podría extenderme en la larga sucesión de reales decretos, órdenes ministeriales y resoluciones que han dado forma a esta bendita profesión, cimentada en la Justicia Social. Si algo debe enorgullecernos como Graduados Sociales es precisamente ese origen y esa historia que nos definen.
Muchos de quienes hoy cursan o han cursado el Grado en Relaciones Laborales y Recursos Humanos desconocen la realidad de quienes, como yo, tuvimos el honor de formarnos en las antiguas Escuelas Sociales. No han podido beber de aquella fuente de riqueza humana que, ya en 1925, aportó tanto a la sociedad española. Generaciones enteras aprendimos allí el espíritu y el amor por lo Social, guiados por catedráticos y profesores que velaron porque fuéramos semilla y defensa del mundo del trabajo. Supieron transmitir a quienes más sufrían que la Justicia Social era —y es— un ideal permanente, siempre vigente. Aquellas Escuelas lanzaron a una España convulsa y cambiante a unos profesionales dispuestos a combatir las injusticias y a construir lo que más tarde se conocería como el Estado del Bienestar.
En este siglo de historia quiero recordar a todos los que imprimieron carácter, lealtad y entrega a miles de alumnos que eligieron formarse voluntariamente en estas aulas. A vosotros, que hicisteis profesión gracias a la constancia y al empeño de quienes levantaron nuestros Colegios Profesionales y pusieron tanto cariño para alcanzar este Centenario. Podría enumerar a miles de profesores y alumnos que, con valentía, ayudaron a construir un futuro sólido y a consolidar el ámbito de las relaciones laborales. Y no olvidar tampoco a los distintos ministros y ministras de Trabajo que, a lo largo de la historia, supieron acogernos con respeto; a los ocho presidentes del Consejo General; y a tantos presidentes de Colegios que tuvieron la hidalguía de dignificar nuestra profesión allí donde estuvieron. Jamás ocultaron su título y lo ejercieron con amor y sacrificio, entendiendo que servir —y no servirse— era el verdadero camino.
Los Graduados Sociales, al cumplir estos cien años que ahora culminan, somos para la sociedad una célula constante, siempre en movimiento, sin detenernos en el pasado. Somos, en definitiva, una profesión que, de no existir, habría que crear. Por eso, en este homenaje al Centenario de las Escuelas Sociales y de la profesión, seguimos plenamente vigentes.
Quienes nos conocen han visto nuestros logros diarios a pesar de los obstáculos que tantas veces se nos han puesto. Pero el trabajo y el silencio han sido nuestros compañeros, y, como el aceite sobre el agua, la fuerza del colectivo ha sabido aflorar una cultura social de la que somos legítimos representantes. Que las nuevas generaciones continúen este camino, pese a las nuevas perspectivas universitarias surgidas tras la obtención de la Licenciatura y luego del Grado. Algunas de ellas llevaron a olvidar raíces, pero quienes seguimos aquí debemos sentir orgullo de lo que somos, sin tapujos, sin cambios de nombre, defendiendo nuestro título y nuestra colegiación. Esa es la tarjeta de visita que siempre debe acompañarnos.
Como profesión jurídica, hemos llegado a este siglo que me atrevo a llamar siglo de oro, porque de oro es nuestro oficio. Y por mucho que pretendan hacernos combatir, no alterarán nuestro metal. Con voluntad y vocación —que nos sobran— estamos preparados para iniciar un nuevo siglo con la misma fuerza con la que empezamos el primero.
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