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Los recuerdos son el eco de la vida. Los recuerdos son como los parpadeos, necesarios para la visión. Son como aquel alcanfor en la alacena del olvido. Son casi desapercibidos hasta que retornan con colores, olores, intensidad.

El viernes pasado Enrique Montiel nos convocó en el Museo Naval para hablar del Luis Berenguer que él conoció. Poder de convocatoria grande, muchos hijos e hijas de Luis, el catedrático de literatura de la UCA Manuel J. Ramos Ortega, autor del primer ensayo sobre el autor tras su muerte, el presidente de la Real de San Romualdo, los académicos José Chamorro, Antonio Bocanegra y el que esto escribe, autoridades militares y un lleno hasta la bandera.

¿Para qué? Para que, de pronto, como el vuelco de un camión de grava, lloviesen los recuerdos, las sensaciones, el tiempo lleno de diminutas lunas evocadas. El llamador de la puerta, el ramalazo rubio de Margarita que corría por el patio, "entrando a la izquierda" como señaló Montiel al reino de la caza y la novela. Allí lo reviví con su bata, sus folios, el drambuie que nos daba, la lectura, como dijo Enrique de aquella voz tan personal.

Agradezco a la charla el vuelco del Luis que comulgaba, "cada día un poquito" mientras en mis recuerdos propios lo veía proyectando su sombra en la pared, de la compañía de María para comulgar, ese poquito.

Enrique insistió en el desarrollo de todas sus novelas de la búsqueda de un personaje puro, no contaminado. Estoy de acuerdo. Lobón, Marea, Juan Antonio, el señorito ciego, bella metáfora contra la realidad, Cayetano en los leones, con las lanzas de riego por aspersión…

Cuando leía dedicatorias de Marea Escorada, para él y para mí, escrito está, la mejor novela de Luis, donde imbricara en la prosa el ritmo versal de la poesía, con monólogos interiores y discursos directos, el Teta, el Triste, el…

El ciego son de las mareas marcando el ritmo como escenas cruzadas. Novelas inéditas como olas perdidas, lo dijo Enrique, escenas del Lagarto en Leña Verde o el Lobón, o la Espuma juega en la orilla, la primera novela inédita todavía, sobre el contrabando en el ínsulo isleño de la postguerra.

Comulgar un poquito cada día, como el flash back de Tamatea, aquella novela de las tardes con Enrique y Bocanegra, Juan Mena y yo, cuando la luz de la montera del patio empujaba al oído para escuchar, en el trasunto de la puerta.

Y, como en un laberinto de escenas cruzadas, la garganta de Enrique falló, escasos minutos, como si Berenguer pidiese voz. O Faulkner o Proust.

La ovación que remató la charla era el reconocimiento a Luis por la renovación del recuerdo que la palabra de Enrique nos lo devolvía…

Este que veis aquí, casaca con calzón de chamelote, media vuelta encarnada…la memoria volviendo del olvido, gracias a Enrique.

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