Padecer el covid te pone el alma en cero. Que es su realidad. Porque el alma, como tal no existe. Y no hallé nada en que poner los ojos/ que no fuera el recuerdo de la muerte. Escribe Don Francisco. Y mi admirado profesor, doctor, José Antonio Hernández Guerrero, en uno de sus sagaces y profundos libros, Curan las palabras, escribe: "El ser humano es más que materia orgánica, más que el frío y el calor. La fiebre, el picor y la presión, la sangre y la bilis, la saliva y los jugos gástricos, el dolor, el placer o el gusto no sólo son síntomas físicos sino, también, significantes de estados de ánimo". Una verdad tan grande ha de prevalecer contra las miserias corporales y anímicas. Estoy feo como un daguerrotipo estropeao. Siento que la tristeza, ese óxido interno sobre los sueños, muerde como una cobra en el talón donde Aquiles se ausenta.

Entonces, comprendo a los autores de falsos cronicones, de historias que no eran sino oído y fábula. Transmisión oral sin documentos. Alguien que se aislaba de la angustia del mundo, creando una falsa identidad para distraerse o alienarse, estilo Decamerón o Margarita de Navarra. Como ahora. ¿Querían mentir? Seguro que no. Querían alienarse. La mentira es el estado natural del político inútil, y de los que usan la mentira como báculo o pértiga o bastón, para tirar pa’lante.

Mi admirado profesor cita a Antifonte de Atenas, quien descubrió las virtudes terapéuticas del lenguaje según narra Plutarco: “"Mientras se hallaba ocupado en el estudio de la Poética, descubrió un arte para liberar de los dolores, podía curar a los enfermos por medio de las palabras".

Pues eso hago. Leo como si en el leer y reflexionar me fuese la vida. Ejemplo. Me instalo en el Quijote una vez más. En el nombre de Alifanfarón, príncipe de fantoches, de la Trapobana, que creí país inventado como en tantas novelas de caballería. Pues no. Es el nombre antañón de la isla de Ceylán. Plinio la cita y Pomponio Mela en De situ orbis. La escribe como Taprobona y Trapobana, con cuyo nombre pasaría a Cervantes y Lope de Vega, famosa por sus especias y por sus piedras preciosas. Aunque en el Quijote figure su rey como furibundo pagano y un tanto nugatorio.

Las palabras e historias de los falsos cronicones, curan, palabra. La Crónica Sarracina está tan llena de falsedades que hay quien opina que nunca se concibió como una crónica, sino como lo que ahora llamaríamos una novela histórica, aunque fue considerada como crónica histórica por muchos autores posteriores. Ver Pedro Sánchez del Barrio, "Un nuevo ejemplar de la Crónica Sarracina de Pedro del Corral" (tenía que llamarse Pedro Sánchez, oe, qué cosas).

Prefiero esas mentiras, los étimos, como Claudio Puteano, quien se llamaba de verdad Claude du Puy, y que al latinizar su nomen y cognomen, le salió este juego de palabrejas, o estar buscando la piedra androdumante que cura los ímpetus de la iracundia, tan normal, ahora. Prefiero otras mentiras, la poesía sermocinal, la música citarística, aulética y orquéstica aplicada a la poiesis. A lo mejor saltándome el dicho de, quien añade conocimiento, añade tristeza. A ver si por eso quiero que me troven la mítica fábula del Gerión tricípite de Hispania, que fueron tres hermanos bien avenidos, y no un monstruo de tres cabezas en la Barrosa. Hiperestésico estoy. Pero es verdad que curan las palabras.

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