Aún recuerdo aquellas navidades de casa de vecinos, esas en las que sobraban las felicitaciones porque todos se reunían, las que estaban por encima de los buenos deseos y que, simplemente, se limitaban a comenzar las fiestas con reuniones en torno a la botella de anís, las de Savin y los barreños… esas en las que los vecinos se reunían en las tardes previas para ir dando forma a la masa, que la noche anterior había quedado reposando. Mientras dos de ellos amasaban trozos de la masa ya fermentada, otro la estiraban, sobre el mármol o la formica, con aquella botella de Savin sin etiqueta, la misma, para luego, con un vaso de Duralex de boca ancha, ir haciendo las redondas formas que otro freía con cuidado para pasarlas a la olla llena de miel aguada. La perfecta sincronía, de aquellos improvisados grupos, detenían, de vez en cuando, la improvisada producción para reponer, vaso de anís en mano, las fuerzas y discutir tiraban el pestiño o las dejaban cual tortas… la siguiente discusión sería si bolitas de anís o no, optando los mas puristas por las formas sin pellizcos ni anís. Los relevos servían para apurar mas copas, cortas chacinas y ahuyentar a los críos que revoloteaban sin esperar a que la meladas tortas se enfriasen lo suficiente… la juerga se anima con villancicos que desprendían olor a anís y Navidad, a paz, y a verdadero sentimiento… ahora, ahora todo eso cambio, y la Navidad, la prenavidad, huele a copas, sin tortitas, a bares repletos y a los típicos abrazos de exaltación de la amistad, huecos, vacíos, y llenos de sinceros sentimientos, que a veces, salen de un corazón apretado que solo se desboca con las copas de mas. Aquellas navidades diferenciaban entre Nochebuena y Nochevieja, diferenciaban entre familia y juerga, entre quedar para hacer las tortas y quedar para tomar una copa… hoy, todo se viste del mismo color, y con tristeza, miro la cocina vacía, esperando el humo del aceite hirviendo, el barreño de plástico ausente de tortas meladas, la olla amarga y sola, y la encimera sin la enorme bola de masa fermentando con la manta sobre ella… buscamos culpables a tanta soledad, cuando al fin y al cabo, es tan fácil como acordarse de esto un mes antes del 24 de diciembre, y empezar a convocar a los vecinos y amigos para, entre copas de anís, amasar nuestra propia felicidad.

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