Análisis

Juan CArlos Rodríguez

También somos otoño

Los vecinos de Cádiz también acudían a nuestra villa buscando precisamente ese otoño sereno y soleado"

Cuenta Santiago Montoto en su ejemplar biografía de Fernán Caballero ese periodo "triste y amargo" en el que la madre de la novelista, la proverbial Frasquita Larrea, se vio obligada a permanecer en Chiclana durante la Guerra de la Independencia. Una Frasquita que a la vez que se definía como "ferviente patriota" debía mantener en su casa como "alojado forzoso" al general Villate.

Aunque la localización de ese domicilio en la casa de las Palomas de la plaza del Retortillo está en duda -otros investigadores la colocan en el entorno de la calle Ancha o, incluso, en la calle Hormaza-, lo que nos interesa es como Montoto retrata a doña Frasquita, consumida por la tristeza, el estampido de los cañones y una guerra que no tenía trazas de acabar: "Se olvidaba de los horrores de la guerra ante la magnificencia de una tarde de otoño serena y soleada".

Y es aquí donde nos queríamos detener: en el esplendor del otoño chiclanero, tan inadvertido. Así lo describe a su marido, Juan Nicolás Böhl de Faber, que se había quedado en Cádiz y ahí ya permaneció sitiado por los franceses: "El tiempo es magnífico -dice el 21 de noviembre de 1810- es una verdadera primavera. El aire está perfumado como si estuviéramos en el mes de mayo y la hierba tapiza nuestras innumerables ruinas".

Así que cuando Nicolás de la Cruz, el Conde de Maule, escribe aquello referido a Chiclana de que "este país es el lugar de privilegio para el recreo de las gentes de Cádiz", añade que "aquí pasan sus mayores delicias en Primavera, particularmente en el mes de mayo".

Sin embargo, en ese tomo XIV de su monumental "Viaje de España, Francia e Italia" (1813) solemos obviar que a continuación afirma, además, que los vecinos de Cádiz también acudían a nuestra villa buscando precisamente ese otoño sereno y soleado. José García Mercadal lo repetirá más de un siglo después: "Los gaditanos van a Chiclana a solazarse. Con viento y marea favorable no se tarda más de dos horas. Allí tienen muchos comerciantes de Cádiz sus fincas de recreo, que han hermoseado con el umbroso follaje de que tanto lamentan carecer en la ciudad. La estancia en Chiclana es especialmente agradable en primavera y otoño. Las gaditanas, que unen todo el encanto de una mujer andaluza a unas costumbres muy sociables, animan la estancia en Chiclana con banquetes, bailes y conciertos; con toda la ostentación de su lujo y el refinamiento de su tocado".

Ni mucho menos, aquellos ricos comerciantes buscaban en Chiclana -como hoy le sucede a otros muchos visitantes- el "incendio azul del verano", según el verso de Fernando Quiñones, sino que anhelaban el "otoño estival", que diría Pablo García Baena. "La villa de Chiclana debe su actual existencia a la justificada predilección de las opulentas familias gaditanas -llega a afirmar el pintor y viajero romántico Francisco Javier Parcerisa en sus "Recuerdos y Bellezas de España" (1839-1865), precisamente en el tomo dedicado a Sevilla y Cádiz-, que han hecho de ella su Capri, su Vulturno, su Frascati; y esta predilección es la que la ha engalanado con sus dos mil casas blancas como la nieve, limpias y aseadas, sus espaciosos jardines, su deliciosa alameda de paraísos, sus numerosos y elegantes edificios de piedra de sillería ordenados en anchas y bien alineadas calles divididas por el Liro".

Uno de aquellos comerciantes fue el político y articulista liberal cordobés José Moreno Guerra, diputado a Cortes en 1820 y que se había casado con un rica heredera gaditana, Josefa Macé y Lasquetty, que entre sus propiedades sumaba "mayorazgos consistentes los más en casas de Cádiz y en la isla de León, y en Chiclana". Fue él quien mostró ese devoción por el otoño con "su voz llena, sonora y terrificante", dicen las crónicas. En el pleno del 6 de octubre de 1820 llegó a pedir en las Cortes lo siguiente: "Quisiera que el nuevo año español empezase en 24 de septiembre, ya por ser entonces el equinoccio de otoño, que es cuando en nuestro clima y zona principia a llover, y la naturaleza muerta con los calores del estío resucita, como todos los pueblos antiguos".

Hasta Frasquita Larrea y su testimonio he querido retroceder. Pero, al fin y al cabo, lo que pretendía es reivindicar este "otoño estival", este "otoño sereno y soleado", en el que vivir es un privilegio.

El clima apacible, las espátulas matutinas, el candor a mediodía, la ciudad inusitada de cada tarde, el andar umbroso entre los pinares, la tranquilidad santificada, los baños aún tonificantes en La Barrosa, el paseo en la orilla entre correlimos y charranes ya al atardecer, la novela apacible sobre la terraza.

"La tarde por Chiclana/ se hincha de Sur y sal", escribió el poeta argentino Genaro Estrada. Esa misma tarde que acaba hundiéndose en el mar con el sol espléndido de naranjas, rojos, violetas, esmeraldas, con los que arde el horizonte a poniente. Lo mantendremos en secreto. Que no se entere nadie. Entre ustedes y yo. Sí, el verano no lo es todo. Somos otoño, la estación del poeta, la voz interior, el crepúsculo y la música. También somos otoño.

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