Me exiges que escriba sobre ti. Así. De gratiní. Que hable bien de ti en un mundo de postín. Que te haga la publi, que no parezcas un mindundi. Que la gente crea que has sido tocado por Dios. Que riegue tu ego y te eleve hasta el sol. Que eres un mesías, ¡venga ya!, que te rindan pleitesía. Que te haga una elegía, que tu programa es poesía. Pero vendes el oro al mismo precio que tus rivales. ¿No te das cuenta de que así no vale? Prometes quemar la corrupción. Que salvarás al trabajador. Acabarás con la pobreza entera. Protegerás la retama del serrucho de las empresas. Y encenderás un nuevo centro limpio, vivo, lo dejarás todo como un plato de Romerijo. Y los conflictos caerán en la depuradora del dolor. Lo llenarás todo de vida, amor y corazón. Bla bla bla, te contesto yo. Todo igual y propaganda del montón.

Lo siento, no me puedes amenazar. No tengo miedo aquí atrás. Soy yo quien pulsa la tecla. Recuerda, soy yo quien forma la letra y si le da la gana la revienta. Piénsalo. Acéptalo. Que para algo somos colegas. Pero lo siento, no me puedes presionar, ni tampoco extorsionar. Ni con un maletín negro de billetes de veinte. Ni con una cena en Aponiente. Me pides elogios que resultan feos, que esparza un humo que llegue al cielo. Que invente de tu vida un cuento bueno. Lo siento, pero yo a eso no llego. Si acaso puedo dispararte unos disparates a modo de consejos. Coloca tu foto en el cabecero de tu cama y confórmate con admirar tu cara. Alábate frente al espejo. Te animo a que bajes al infierno. Que huelas la verdad que se cuece ahí dentro. No olvides de dónde vienes. No aspires a la cima de Hernán. Ni Valdela ni el Tejar, ni la plaza Isaac Peral, tu camino te lleva más allá. Es el camino de la humildad. Anda, no malgastes amistad y quédate donde estás. Menos mal que al final no he dicho tu nombre, ¿verdad? Sabes que prefiero gastar el gas rimando y rapeando unas cuantas chuminás. Ah.

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