El Alambique
Manolo Morillo
Miserables
Educar es guay. Adoctrinar, caca. Qué feo es inculcar ideas a los menores. Adoctrinar, según algunos, es lo que hacen los colegios públicos con lo que consideran chorradas woke (léase, por ejemplo, feminismo, multiculturalismo, ecologismo, etcétera).
Adoctrinar, según otros, es lo que hacen en los colegios privados y privados sostenidos con dinero público (concertados), con lo que consideran chorradas neoliberales (léase meritocracia, cultura del esfuerzo, excelencia, etcétera). Y yo añado: adoctrinar es lo que hacen los programas electorales de los partidos políticos todos, el telediario empiece por donde empiece, las cuñas publicitarias, los catálogos de los museos arqueológicos y las pinacotecas, el escaparate de la tienda de moda, el folleto del supermercado, el suelo acolchado del parque de juegos enrejado, los pijamas de coralina, las placas conmemorativas, el ácido hialurónico de uso estético, los chiringuitos de la playa, los videos y los mensajes de personas influyentes en las redes sociales, los crucigramas (ojo, los sudokus, no), los augurios sobre la inteligencia artificial, los premios Planeta, los Grammy y los Goya, Mel Gibson, la familia Bardem, Emilia Pardo Bazán, las pintadas independentistas, los cánticos de las hinchadas de fútbol, los anuncios de loterías, los libros de Harry Potter, los tatuajes a granel, las fotos gore de los paquetes de tabaco, las recomendaciones de las botellas de alcohol, la declaración de la renta, los sermones, las canciones, los pasodobles, los cuplés y las marchas procesionales, el olor a incienso, el gusto por los chocos fritos o la berza, las hamburguesas con cebolla crujiente, las semillas de chía, las asanas de yoga, y lo que haría yo con mis artículos si me los pagaran.
Educar, en cambio, es enseñar a detectar precisamente el adoctrinamiento. O sea, educar es lo que haces tú. Siempre. Sobre todo cuando me explicas lo que es adoctrinar.
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