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Ha muerto Martín Almeida

Fue él quien lo logró, que en San Fernando hubiera una Residencia de Ancianos, no había ninguna. Para lograrlo hizo verdaderos malabarismos, el más difícil, el de sumar. Sumar voluntades, sumar personas

Me lo dijo Laura Garófano, su nuera, que su suegro había muerto por la mañana. Es viernes, hay un sol conocido, el viejo amigo de los veranos. Un incendio de luz sin sombras. Un hombre de luz se ha ido en medio del incendio de este día que computo como un día del fracaso de no haber podido conseguir que la Residencia de la Cruz Roja lleve su nombre. Fue él quien lo logró, que en San Fernando hubiera una Residencia de Ancianos, no había ninguna. Para lograrlo hizo verdaderos malabarismos, el más difícil, el de sumar. Sumar voluntades, sumar personas. Lo importante era lo importante. No lo hizo para que su nombre estuviera en la entrada, lo hizo porque era un médico humanista que siempre sintió piedad y cercanía por los ancianos, los enfermos. No puedo olvidar cuando llegó a San Fernando, con Mari y sus dos preciosas hijas muy pequeñas. Venían de la Castilla profunda -Salamanca y Ávila- y me pareció un torero, de verdad, un torero de postín. Enseguida "se hizo" con la Isla, que puede llegar a ser un pueblo complejo y difícil. Con amabilidad y educación. Eso fue siempre, el médico cercano y certero. El hombre bueno. ¿Cómo se repone uno de pérdidas así? Esta ha sido, lo está siendo, una verdadera pérdida. Y ya no sé si será posible lo que fue imposible, si hay que morirse en España para que se detengan quienes deben para hacer la verdadera justicia sobre las vidas humanas. Sobre todo el pensarlo. Si dejamos que se vayan en la nave del olvido por el río que nunca ha de volver las almas grandes, las personas generosas que entregan su vida por los demás, nos convertimos definitivamente en la nada, la futilidad. Y desde ese ser nadie, desde ese ser injustos para con los grandes, a los que no damos lo necesario para que nunca se vayan del todo quienes han sido ejemplares, hacemos la vida fallida. Una vida, finalmente, es el resumen de lo recordado y de lo vivido. Lo veo preocupado por una vez que estuve enfermo, lo veo en una de las salas de la antigua Casa de Socorro, donde estaba la Cruz Roja, dirigiendo la Junta que luchaba por la Residencia de ancianos, lo veo sonreír de esa manera peculiar, irónica y afectuosa, también caminando por la calle Real, contra la diabetes, con su inseparable Mari. Y ahora Laura me ha dicho que ha fallecido y hierve la red llevando la noticia que es como acarrear involuntaria tristeza a la ciudad, que verdaderamente lo quería. Y lo querrá hasta que el olvido complete su trabajo, la demolición de una gran vida, de una gran persona. Del Doctor Don Jesús Martín Almeida.

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