Fútbol El Cádiz CF, muy atento a una posible permanencia administrativa

Rafael Duarte ha vuelto a escribir sobre Luis Berenguer. Le pasa como a mí, no se le ha olvidado nada. Cada recuerdo es un carne viva. Y han pasado decenas de años. El tiempo del novelista de la calle Real era una alborada para muchos de nosotros. Ser escritor era eso, ser Luis Berenguer. Digo encerrarse un día y otro día y trabajar sin descanso. Y leer, sobre todo leer. El autor de Marea escorada no tenía secretos. El otro día lo refería yo a un amigo sobre los mil poemas que me vi obligado a leer para un premio. Luis Berenguer decía… He empezado así muchos recuerdos de mi vida. En este caso, decía que el que no se auto censuraba era un imbécil. Berenguer era directo como un puñetazo de boxeador. No tenía nada de gallego en esto, no solía dar vueltas ni tomar los Jericó cotidianos. Puede que lo acabara de aprender pero enseguida nos decía los hallazgos, los modos. Armas Marcelo, también novelista y amigo, hablaba a menudo de las dos paginitas diarias, que en doscientos días arrojaban el saldo de cuatrocientas páginas, lo que es que hablemos de una novela gordita. La novela es una expedición, un ejercicio de paciencia infinita. Cada libro de Luis Berenguer era el colado de cientos y cientos de páginas, y de horas y horas de máquina de escribir. Hubo un tiempo en la Isla en la que este hombre brillante, agudo, ingenioso, libérrimo, generoso, amigo escribía sin descanso en su cuarto de su casa de la calle Real que daba al patio grande con montera. Para escribir Sotavento no había necesitado irse a Madrid, que era la obsesión de Juan Mena, irse a Madrid. Camarón decía que Madrid era fundamental para el futbolista, para el cantaor, para el artista. Pero irse a Madrid, quitarse uno de este paisaje horizontal de caños y de esteros, de playas vírgenes y de todos los vientos era mucho más que doloroso. En la plaza de Oriente madrileña, por donde daba duro el viento del Guadarrama, Pepe Oneto me preguntó si olía a marisma. Mi inolvidable y queridísimo Pepe Oneto se había ido a Madrid y se llevó a la Isla portátil en las palabras de la ciudad, sobre las que siempre volvía para nostalgia y regocijo. Sí, Duarte conserva vivos los recuerdos de Luis, el Luis que él rozó. Sabía muy bien el gran poeta isleño por donde respiraba el novelista de La noche de Catalina virgen y Tamatea porque no se fue a Madrid, porque no ha parado de escribir desde entonces, porque ahora estamos de aniversarios y él es convencidamente cervantino y guarda por el novelista nacido en Ferrol por Orden ministerial el tesoro de todos los recuerdos imborrables.

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