Fiestas Todas las ferias en la provincia de Cádiz para este mayo de 2024

Los días de tórtolas

Estoy como el maestro Burgos con la Isla, enamoraíto perdío, hablándole a convencidos

Los días de tórtolas siempre empezaban en el 44. Mi padre me pedía un vaso grande de leche bien caliente y una torta de aceite. A las cinco de la mañana era lo máximo. Luego, al asiento trasero de la moto y a la huerta de Manolo, por Camposoto. Allí tenía un aguardo y esperábamos el lento amanecer, muy quietos y en silencio. Había tórtolas en los árboles, habían dormido en las ramas. Algunas, al levantase terminaban en la canana. Lo demás era la larga espera, algunos días, aguardando que entraran. Los disparos de escopetas, cada vez más cercanos, nos decían que llegaban. Cuando estaban a tiro, mi padre disparaba dos cartuchos y cargaba de nuevo lo más rápido que podía, por si venían más. Mi misión era ir corriendo a cobrar las piezas que habían caído. No se trataba de pensar en el puchero de tórtolas que hacía mi madre, y de las mismas tórtolas en tomate con patatas fritas, era el ver amanecer en el campo, y luego estar con el bueno de Manolo en las faenas, desde el ordeño hasta los mil trabajos de una huerta de entonces. Lo pensaba el pasado viernes sentado en una mesa exterior del 44 con mi hermano Pedro y Manolo Escudier, que hacía 50 años que no se veían. Las mañanitas con sol en la plaza del Rey son inenarrables. Entonces miré desde esa perspectiva la fachada del palacio municipal. No pude aguantarme, lo alabé de nuevo. Y recordé a Antonio Burgos, mi inolvidable amigo, enamorado de Sevilla hasta las trancas y maravillándose de los mismos lugares de toda su vida cada vez que los veía. Estoy como el maestro Burgos con la Isla, enamoraíto perdío, hablándole a convencidos. Pensando que Pedro no lo conocía por dentro, se ofreció su viejo amigo a enseñárselo. Pero lo había visto hacía algún tiempo. La cabeza me empezó a girar enumerando los lugares y los momentos del esplendor de la ciudad, recordando siempre los versos de mi admirado Juan Mena, oh, doncellas isleñas, jamás competiréis en esbeltez con las acelgas, otra de las razones para que nos duela cuando se descuida, se ensucia, se entristece. Y la alegría de los jardines arreglados, las fachadas enjalbegadas, brillantes; los patios entreabiertos, los retablos de sus iglesias, las perspectivas, los ángulos del orgullo. Si nos gustaba entonces, cuando éramos tan pobres, ahora en que nuestro primer edifico no es una ruina sino un palacio y hay tanto exorno recuperado, qué alegría las mañanitas de sol, las alamedas llenas de niños que corretean, los parquecitos infantiles y todo lo que esta alcaldesa patriota hace por la ciudad. Desde los tiempos de Antonio Moreno, antes de que lo derribaran, no recuerdo yo habitar en esta situación de esperanza y de espera.

Qué fachada tan impresionante el ayuntamiento, ¿verdad?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios