Mi hermano Pedro nos ha regalado una garrafa de agua de lluvia. Para las orquídeas, dijo. Me ha parecido el mejor regalo del mundo. Hace un mes no habría podido. Pero ha llovido sobre su azotea, ha llovido. La angustia de los pantanos retirados mostrando los abandonados pueblos emergidos, las torres campanarios de las iglesias siempre sumergidas, el caserío derruido, anunciando la sed que venía como con una guadaña ha aflojado su dogal sobre las poblaciones. Ha llovido y durante días el paisaje se exprimirá para llevar el agua a los pantanos. No se están llenando los pantanos con las lágrimas de los cofrades, eso no es como regalar agua de lluvia para las orquídeas, eso no poético. Ni tiene gracia. Finalmente el dolor, duele. En la televisión he visto a muchos llorar, jóvenes, maduros, mayores. Pura emoción. El año que viene vendrá, se renovará la ilusión de ver abrirse las puertas de las iglesias a las cruces de guía y que explote la música en las plazas que están saliendo los Cristos y las Vírgenes andaluzas. Este año la Providencia nos ha traído el agua, que tanta falta nos hacía. Y nos hace. ¿Seremos capaces de pensar y actuar para conservar y mejorar el estado de las aguas? No se me borra de la memoria la imagen de la ministra y el presidente andaluz mirando el secarral de Doñana. Se estaban prometiendo amor eterno frente a la catástrofe. Había ya mucho daño, muchos acuíferos secos, dañados, con nitritos. ¿Vendrá la ministra otra vez antes de colocarse en Europa para ofrecer su ayuda a Doñana y a la elaboración de una política hídrica necesaria, urgente? Ya no estamos al borde de la inanición, tenemos esta agua que el destino nos ha cambiado por una Semana Santa de muchas lágrimas pero sin estaciones de penitencia, de calles llenas de gentes llegadas de todas partes para contemplar el arte cristalizado por siglos, el arte de tener una fe de esta manera. Puede que todavía esté el cabrahígo en el ojo del puente de Zuazo, en uno de los ojos. No diré que tiene tanta poesía como el regalo de mi hermano, el agua de lluvia para las orquídeas de mi casa, pero es un modo mágico de anunciar que el agua que se trae, el agua que se lleva de un sitio a otro, debe ir con las debidas garantías, sin estas pérdidas constantes, como si fuera una riqueza inagotable y no esta amenaza de hace tan sólo unos días, cuando ya nos estaban preparando par el desastre de un verano seco, con una poquita de agua, una poquita de agua… Cristo ha resucitado.

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