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Los diez mejores

No dejamos de ser unos Urdangarines per se al grito de 'homo hominis cugnadus'

Todo español que se precie lleva un ácido crítico dentro, un experto en el todo o la nada, un genio oculto pendiente de ser revelado al inmenso público. Somos autocríticos, cierto es. Nos metemos los unos con los otros tildándonos de cuñados cuando no dejamos de ser unos Urdangarines per se al grito del homo homini cugnadus. Prestos estamos siempre a reñirle al vecino la incorrección de lo que hace, el modo en que poda, el tiempo de cocción de las papas, o cómo tira su voto al basurero erróneo. No podemos negarlo, los españoles somos de esta condición: la nación más complicada de toda Europa. En el eterno número uno de la lista.

La posmodernidad desvela otros tipos de cuñadismo hispánico como son, por ejemplo, la postrera costumbre de realizar listas de los diez mejores de lo que sea. No podemos evitarlo. Queremos demostrar nuestra sabiduría sobre el resto, nuestro insatisfactible deseo de reconocimiento. Es algo implícito, más propio del ego que de la vanidad, si es que pueden diferenciarse ambos conceptos. Y que conste que hay listados que, personalmente, me interesan y resultan necesarios por la autoridad que puedan inspirarme sus autores o la afinidad en los comunes gustos que comparta con ellos. Pienso, por ejemplo, en las recomendaciones literarias de Ángel Núñez o las cinematográficas de Quentin Allen.

Pero luego encontramos listados de todo tipo que hacen enrojecer a los gambones como por ejemplo las mejores canciones del año en Spotify, que son remedo de las más escuchadas, o sea, que resultan ser las que más dinero han gastado en promoción. No lo digo por Rosalía, una artista iconoclasta a la que sonrió una estrella fugaz, sino por la cantidad de partemicros que aparecen en ese hit parade de opereta.Y qué decir de ese fenómeno, tan español también, del lameculismo; me refiero al arte de incluir sin el más mínimo atisbo de pudor en las listas de los diez mejores de lo que sea a nuestros amiguetes, colegas, y socios cooperativistas. Sería algo así como "los mejores libros del año son los de Manuel Vilas, Fernando Aramburu, la obra póstuma de Lucia Berlin, los cuentos de Susan Sontag, la novela de Siri Huvsted y la ópera prima de Melchora Montero, coeditada con la editorial ‘El Calamar Rojo’, absolutamente imprescindible pese a las numerosas faltas ortotipográficas que presenta y que espero se puedan corregir en su próxima tirada de cincuenta ejemplares".

¿Hay necesidad de esto? Por supuesto. De qué nos reiríamos, si no. Y al igual que la NBA hace su top ten de las mejores jugadas del año 2019 o de los mejores mates de la década, también podemos hacer nosotros nuestro listado de los mejores políticos del año. Si me preguntaran a mí dejaría el premio desierto, la verdad. Entre manuales de resistencia, juegos de tronos, gürteles, eres y maluses, el listón ha quedado tan bajo que hasta mediocres como Rufián parecen tener altura. Aunque poquita, eso sí.

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