Ni ideologías ni gaitas. No es por incordiar, pero quizá el ego, ese ácido corrosivo, haya sido el único culpable de todas nuestras desgracias; ahí tiene, para empezar por el principio, la historia de Caín y Abel que, de ser cierta, fue bastante de mayor proyección social que la expulsión de sus padres del paraíso, a pesar de que lo del paraíso no ha dejado de ser el modelo de todas las utopías. Pero lo de Caín y Abel... ego, puro ego.

Cito a nuestros primeros hermanos como mero arranque porque después, al correr de los siglos, se ha ido viendo cómo los egos han ido jodiendo la marrana hasta llegar a hoy mismo con el tándem Rajoy-Sánchez-Rivera-Iglesias, cuadriga desbocada que terminará como la de Mesala en 'Ben-Hur'. Y Puigdemont, Junqueras y demás mindundis haciendo la carrera más allá de las tapias.

Oscar Wilde -que pese a su talento murió olvidado y pobre-, escribió esta frase definitiva: "Discúlpeme, no lo había reconocido: he cambiado mucho". Jamás se ha dicho con tanta elegancia, con tanta agudeza "me importa usted un carajo", que en el fondo es lo que siente la mayor parte de las personas que no presumen de nada ni se escudan en su ego para someter a los demás.

Cuando cualquier intercambio de opiniones se convierte en enfrentamientos viscerales, ahí está presente la lucha entre egos. Cuando todo lo malo lo causa el de enfrente, ahí está el estúpido ego tratando de imponerse incluso a la razón. Cuando alguien se cree salvador del género humano, vuelve a relucir un ego que pretende imponerse al precio que sea, ridículos aparte.

Nadie verdaderamente importante abusa ni presume de su ego; el buenismo solo es una actitud cínica en la vertiente humana y me atrevería a decir que en la profesional; si se percibe el olor a ego, no lo dude, también hay que desconfiar. Sin necesidad de pontificar, el ego mal digerido es un tipo de arrogancia, de engreimiento, de expresión grotesca de la propia soberbia: ciega validad. Cuando el ego deriva hacia la altivez y el endiosamiento, deja de ser estímulo intelectual para ser secreción genital. Tampoco debería olvidarse la mayor manifestación del ego más repugnante: el que se muestra condescendiendo, como perdonando con displicencia la poca talla de los otros.

Como no viví en la época que los Médicis, los Borgia y los Colonna enfrentaban a muerte sus egos, sólo puedo opinar de lo contemporáneo y el resultado es bastante deprimente. ¡Ha proliferado tanto...! Basta con situarse en alguna peripecia social, intelectual, artística... ¡no digamos política! para, sin esfuerzo, comprobar que sea cual sea el ámbito, siempre incordian los mismos pinchapedos dispuestos a ganar poder sacrificando al que sea para que su ego sobresalga por encima de los demás.

No hace mucho el gran actor de Hollywood, Anthony Hopkins daba su propia versión del ego: "El ego es un factor tan poderoso que nos consume. El ego nos convierte en monstruos. Todo el mundo quiere ser famoso. Algunos sobreviven, otros se vuelven locos". Hace falta tener talento y humildad para expresarse así.

Reconociendo que el ego puede ser un argumento positivo, mal digerido se convierte algo dramáticamente grotesco. En esa estamos.

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