A continuación, se instala el grupo de acólitos. Son quienes, si gestionan bien la partida, podrían sentarse en un sillón sin tener que dar mucho la cara. Por eso, el orden en estos puestos ha de establecerse con mucho tiento, normalmente en virtud del nivel de esfuerzo y militancia. Sin embargo, a veces la escala es un tanto subjetiva, se hacen trampillas, se humillan, ponen chinchetas en las sillas y hasta se lanzan cuchillos a la espalda.
Por último, al final del todo, están los últimos de las listas. Los mediocolegas, medioafines o mediofamiliares. Es decir, el relleno, los extras. A quienes se les pide el favor y responden “vale, venga, ponme atrás, que no quiero figurar demasiado” por no decir “vale, venga, ponme atrás que yo solo quiero que me invites a una copita cuando me veas en la feria”. Son buenas personas, que quieren pasar desapercibidas –adulaciones las justas- mientras echan un cable. Son indispensables porque las reglas son así: hay que rellenar la lista completa. Son la gente que te explica qué se cuece en cada equipo, qué fortalezas y debilidades tiene, que potencialidades y qué amenazas. Por eso, para alguien ajeno a la competición como yo, y que solo participa en las apuestas, este es el grupo más interesante. Y lo digo con cariño, que cada cuatro años me encuentro a gente conocida en el álbum oficial de la liga electoral, en equipos diferentes y de todos los colores, y me sabe mal decirles a la cara que no voy a apostar por ellos.
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