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Todos soñamos con vivir al menos en paz, la mayoría de los seres humanos son conforman con poco y en ciudades pequeñas, en donde los ambiciosos, los que medran, los que aspiran a salir en los libros de historia o quieren ser CEOS de grandes empresas no tienen cabida.

Mirando al mar, paseando por la playa, saliendo a comer un fin de semana sí y otro también a los mismos sitios, viviendo, como antes se decía, en provincias… sin los focos de las últimas producciones alumbrando la calle. Sintiéndonos afortunados si hacemos un viaje, o si nuestros huesos van a parar, algún que otro día, por trabajo a esas capitales. Todos los que vivimos en provincias, en pueblos más o menos grandes, sintiéndonos orgullosos de logros que causan la hilaridad allende fronteras, no queremos más problemas que los que tenemos.

Pero la vida no es solo eso, estamos rodeados de la mentira, la corrupción, los tejemanejes de gentes a la que no conocemos ni conoceremos, gente a las que jamás podremos decirle a la cara lo que realmente pensamos, pero que nos dejan un mal sabor de boca, pues, aun siendo de provincias, aun no queriendo problemas, no somos tontos.

Como decíamos, a veces, muchas veces, nos enzarzamos en discusiones entre nosotros por defender lo indefendible, haciendo el trabajo sucio de quienes se benefician realmente, pues, por mucha luz que paguemos, jamás estaremos en esas puertas giratorias de las que disfrutará, también gracias a nosotros, algún que otro sinvergüenza.

Poco a poco la desidia se apodera de nuestras vidas, pagamos, pagamos, y volvemos a pagar, vemos las nóminas mermadas, las cestas de la compra vacías, los impunes sinvergüenzas ocupando cabeceras de programas de tonta caja, y esa desidia, la impotencia, se apodera de todo.

Todos soñamos con vivir al menos en paz, pero a veces cuesta tanto poder hacerlo que lloramos de impotencia cuando sentimos en nuestra nuca la risa de esos que dejaron las provincias para dirigir nuestros pasos. Esa sensación la sintieron también los habitantes del Imperio Romano cuando llegaron los mal llamados bárbaros, que, al fin y al cabo, simplemente derribaron una bota que con el tiempo tan solo cambio de señor, aunque durante un tiempo, y a pesar de las cosas, permitió tener esa paz anhelada. Ahora me pregunto cuándo o quien terminará por derribar las botas que nos pisan…

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