El parqué
Jaime Sicilia
Jornada de menos a más
De entre mis palabras favoritas, siempre le he tenido especial cariño a apañarse y todos sus derivadas. No es un vocablo festivo ni pertenece al campo semántico de la felicidad. Sin embargo, siempre que la evoco me sale una sonrisa, aunque sea por dentro, aunque sea una sonrisa de las que no son naturales del todo, sino esas que ponemos porque la vida es mejor afrontarla mirando hacia delante.
Y es que apañarse es, sobre todo, eso, una filosofía de vida. Quien se apaña -no confundamos términos- no se conforma, porque eso es estancamiento y resignación. Quien se apaña, simplemente, aprovecha lo que tiene a mano, no malgasta el tiempo en envidiar a nadie, aprecia el presente y lo que éste le ofrece.
Quien se apaña sabe distinguir entre lo importante y lo accesorio. No espera que se lo den todo hecho, ni se escuda en excusas para ponerse en acción, tira con lo que hay, se remanga, y emprende la marcha.
La gente que sabe apañarse no aspira a quedarse siempre en esta situación provisional, reconoce que es un mero remiendo. Pero en lugar de apalancarse en el sillón quejándose de su mala suerte, busca los medios para, desde su posición de partida, cambiar las cosas.
A esta actitud ahora también se le llama creatividad, resiliencia, emprendimiento, pero apañarse lo resume mucho mejor y, además, añade otro matiz. Apañarse alude a la generosidad, a la colaboración y la solidaridad. ¿Te podrás apañar con este dinero?, pregunta el amigo que hace un préstamo. No te preocupes, que yo me apaño en cualquier sitio, decimos a quien se lamenta por ofrecer solo su sofá para dormir unos días. Te apaño un huevo frito y así no te vas con el estómago vacío, propone la madre a la hija que va con prisa.
Afortunadamente, hay mucha gente apañada. Entre ellas, las familias que hacen posible que cada año vengan niños saharauis a pasar sus veranos en El Puerto, las que comparten todo lo que tienen y abren sus casas, y que hoy, posiblemente, leen con desconcierto las noticias. Va por ellas.
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