Habrá quien viva la jornada electoral de hoy con indiferencia, con curiosidad, con ansia, con ilusión, con nervios. Me puedo hacer a la idea del estado de ánimo de cada perfil de elector, incluso de cada aspirante. Pero se me hace difícil imaginar cómo estarán hoy quienes saben, de antemano, que han perdido.

Me refiero en el sentido estricto: a unas elecciones se presenta una para que la elijan. Y sin embargo, muchas de las personas que integran las listas parten de la convicción de que nunca formarán parte del pleno. Se han pasado dos semanas de campaña, visitando colectivos, participando en actos, repartiendo propaganda, repitiendo eslóganes, con el convencimiento de que no llegarán a ser concejal, ni siquiera de la oposición.

En los casos de grandes partidos, con bases amplias, es más fácil de entender. Hay quien se siente comprometido y consiente en ir en la lista ‘de relleno’, y hay quien intenta meter cabeza poco a poco. Pero la fragmentación del panorama político local ha provocado que se hayan creado listas casi de un día para otro, movilizando a decenas de ciudadanos que no solo han invertido su tiempo y esfuerzo, sino que han prestado su nombre, su imagen y su reputación. Quizás esta noche simplemente la vivan con alivio: pueden regresar a sus vidas.

Es imposible que estas personas se muevan por intereses particulares. No me vale la respuesta de que “quieren vivir de la política”. Para eso no voy de número 10 en una formación minoritaria, hay caminos más directos. Solo me queda, por tanto, creer que son personas realmente convencidas del proyecto político que representan, gente que quizás nunca estuvo implicada en la vida municipal y han sentido una llamada a la responsabilidad para trabajar por su ciudad.

Sinceramente, me fascinan. Incluso aquellos cuyas ideas son opuestas a las mías. La vocación comunitaria siempre me genera admiración, y si esta experiencia les sirve, al menos para convertirse en electores más críticos y ciudadanos más conscientes, habrá valido la pena.

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