Turismo Cuánto cuesta el alquiler vacacional en los municipios costeros de Cádiz para este verano de 2024

Como cada año por estas fechas, soportamos estoicamente (o cada uno como pueda) el tormento motero. Para quien tenga afición, entiendo que será todo un espectáculo. Para el resto, una tortura constante de decibelios, calles tomadas, tráfico insoportable, lugares imposibles para el paseo. Eso sin contar los que aprovechan la marabunta para demostrar todo tipo de comportamientos incívicos ante la creencia de que, de forma temporal, las normas han decaído: todo vale.

Algunos nos quejamos, y poco más. Otros, pese a sufrir las molestias, asumen el precio a cambio del movimiento económico que nos dicen que conlleva la motorada. Hay incluso quien se tapa los ojos ante las consecuencias del desmadre de estos días, cegados por las promesas de prosperidad.

Me sorprende este aguante, esta permisividad, en una sociedad que cada vez se muestra más delicada. Proliferan los restaurantes y hoteles que vetan la entrada a los menores, supuestamente, porque molestan. Entrar con un bebé en un tren o un avión es someterse a las miradas castigadoras del resto de pasajeros. Y cuando se da un paso en sentido contrario, salta la polémica.

En Cádiz acaban de retirar los carteles -sin ninguna legitimidad- que prohibían a los niños jugar en las plazas. Muchos vecinos han mostrado su oposición. En El Puerto también existen estos letreros, en espacios públicos y en comunidades de vecinos, entre ellas la mía. Como si las plazas o las calles fueran solo propiedad de los adultos.

Les exigimos a los niños que sean respetuosos, que sepan comportarse en un espacio compartido, pero no damos ejemplo. Los queremos arrinconados, como si no estuviesen. Que no hagan ruido, que no se muevan, que sean invisibles. Les exigimos a los niños lo que no le pedimos, ni de lejos, a los moteros. Seguramente, porque los niños que juegan libres en las plazas no hacen gasto.

Pero, como tantas veces, nos movemos por unos criterios de rentabilidad equivocados. Los niños no levantarán la hostelería, pero son los únicos capaces de evitar nuestra extinción.

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