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Análisis

rogelio rodríguez

Como dijo Figueras y Moragas

Calviño es el único miembro indispensable de un Ejecutivo presidencialista

Estanislao Figueras y Moragas (Barcelona, 1819 - Madrid, 1882), dirigente del Partido Republicano Federal, pasó a la historia por ser el primer presidente del Poder Ejecutivo de la I República española (febrero-1873), tras la renuncia al trono de Amadeo de Saboya, pero su memoria más latente se debe a la frase que pronunció en el Parlamento: "Señores, voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!". Figueras apenas permaneció cuatro meses en el cargo, ya que, acosado por la crisis económica y las intrigas políticas, tomó las de Villadiego rumbo a Francia. Su espantada fue esperpéntica, pero la frase, con un punto de gracejo popular, quedó para los anales. Desde entonces, ha sido referida en diversas ocasiones y ahora, 147 años después, cobra vigencia en el sentir de esa gran mayoría de ciudadanos que, sin posibilidad de hacer las maletas, declaran en todas las encuestas su hartazgo con la actual clase política. Bastaría con sustituir el pronombre nosotros por ustedes, dicho con la consideración que, en general, no merecen sus señorías.

Seamos también francos. El primer día de luto oficial por los miles de muertos a causa del coronavirus se produjo en el Parlamento un debate exacerbado, uno más, con cruce de graves acusaciones e insultos entre diputados de minúscula talla intelectual y paupérrima educación, que remite con alarmante similitud a las sesiones de mediados de los años 30 del siglo pasado, prefacio, inconsciente o no, de nuestro luctuoso conflicto bélico. No cabe restar gravedad cuando en la sede de la soberanía nacional campan la bronca, la hostilidad y la indecencia política, actitudes que motivan crispación, incentivan el rencor, polarizan a la sociedad y predisponen a la violencia.

El lenguaje infecto de improperios entre izquierda y derecha se ha propagado y circula por la calle sin mascarilla. La España de la pandemia está conducida por un Gobierno cuarteado, propasado, embotijado de mentiras, que origina conflictos con los jueces, los fiscales, la Guardia Civil, la Policía, los empresarios, los sanitarios... y hasta con sus socios de investidura, y con una oposición que provoca recelo y fatalismo con manifestaciones populistas e inoportunas como la orquestada por Vox el pasado domingo o con intervenciones tan extemporáneas como la de Cayetana Álvarez de Toledo, portavoz del PP, dada a quebrar con alguna frecuencia la estrategia de su partido y a morder los señuelos de Pablo Iglesias, ese camandulero político que ocupa sin recato la vicepresidencia segunda del Ejecutivo.

Pero, sobre todo, no es posible superar con garantías el delicado trance socioeconómico que afronta el país con un Gobierno socialista-comunista, el único de la Unión Europea, que crea "inseguridad jurídica", según expresión de Nadia Calviño, titular de Asuntos Económicos y vicepresidenta tercera, que respalda su osadía en los ineludibles imperativos que marca Bruselas. Calviño es tan necesaria para Sánchez como para las autoridades comunitarias, el único miembro indispensable de un Ejecutivo presidencialista en el que los ministros florero son amplia mayoría y otros, como Grande-Marlaska en Interior, se hunden a plomo en el descrédito.

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