Leídos artículos, vistos memes y oído de todo sobre el terrible oso chungo de la cabalgata, no voy a echar más sal sobre la herida. Pa qué. Ya opiné, y la conclusión es que soy muy facha (indefinido calificativo a estas alturas), que no se lo perdonaré a Carmena (conste que soy muy fan) y que no me sé reír. Pues vale, oiga. Además, parece que ha pasado un siglo desde la Navidad, ¿verdad? Será el ómicron que ya comparte cama conmigo, los facturones de la luz o el hartazgo del ambiente. Así que voy a dejarme llevar un poco por la indolencia viral y el pasotismo vírico. Y es que en realidad, da igual. ¿Verdad? Da igual que haya días más significativos que otros, que al tiempo de la infancia se le deba un respeto, que las costumbres y las tradiciones sean fundamentales para nuestra identidad más allá del color político. Dan igual las raíces. ¿Magia? Da igual. Aunque lo que no da igual es que nos lleven la contraria, y asusta mostrar al mundo que se piensa de otra manera, justo al revés de lo que se debe pensar para ser aceptados en la tribu de la risotada general bien vista. Carne de cachondeo gaditanísimo. Qué gracia, qué arte, qué pena que nos demos, en el fondo, igual a nosotros mismos. Como diría Morla, la vetusta tortuga: nos da igual que la Nada todo lo devore, ¿verdad, vieja? Todo da igual. Pero resulta que a lo mejor es miedo, o peor aún, perplejidad por lo que hiere, de pronto. Ese extraño bloqueo que nos deja inmóviles ante lo que huela a ir en contra de la corriente, aunque su fuerza nos lleve al abismo de forma consciente, que es lo peor. Borregos al precipicio. Vaya imagen. Nos encanta ponernos en fila en colas interminables a la espera de que venga alguien o algo a solucionarnos la papeleta. Nos chifla acudir en masa a cualquier sitio al que haya que acudir por dictamen, acabar con los test de antígenos en las farmacias comprando para todo el bloque, o dejar a los supermercados sin existencias de papel higiénico, ¿recuerdan?. Es cómodo que todo dé un poco igual. Cómodo y grave, tremendamente grave. Creemos sentirnos libres de la quemazón en la boca del estómago, que es donde se localiza el corazón, cuando algo nos importa e intuimos que hay situaciones que incluso podemos cambiar nosotros. ¿Decidir algo? ¿Abrir una puerta a lo desconocido? ¿Qué quieres cenar? Me da igual. Mientras haya cena, qué más da que no elijamos el menú. Cerramos los ojos, nos reímos de cualquier despropósito y elevamos a broma cualquier esperpento, con tal de quitar hierro a lo que sea. Las consecuencias del poco cariño y la dejadez son siempre un insulto al sentido del humor, rasgo de inteligencia que nos define, aunque esté sobrevalorada. En fin, qué pena de oso, qué pena de Cádiz. Pero, a mí, como a usted, me da igual.

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