Análisis

Juan Luis Selma

Un cortecito. Un poco de tranquilidad

Estamos a las puertas del Carnaval, fiesta bulliciosa hija, o al menos hijastra de la Cuaresma. Fiestas llenas de alegría y de sabiduría. Sería una pena pasar por la superficie de tanto mensaje sin llegar a profundizar. Me ha comentado un buen amigo gaditano que los pasodobles de carnaval tienen un corte o cortecito al medio. Un silencio, que facilita el paso de acordes menores a mayores. Antes de llegar al trio hay una paradita de silencio, o se baja la voz llegando al susurro. Este corte bien cuidado da emoción, llega a levantar el vello.

Hace unos días me sorprendió ver un niño pequeño que miraba extasiado el mar, además tenía tirado a sus pies un patinete. Hay una necesidad innata de paz, de tranquilidad, de silencio. La imagen de este pequeño me ha recordado por contraste que vivimos inmersos en el ruido. Hay un rumor, un murmullo de fondo que apaga el silencio. Tenemos pánico al silencio, a la soledad.

Estar solos lo asociamos a no ser queridos, a no tener quien nos comprenda. Antes la soledad la remediaba el cónyuge, la familia, los amigos. Cuando estos faltan se recurre a sucedáneos.

Es natural que no queramos la soledad. En el relato de la creación se ve que ni la naturaleza, ni los diversos animales, son compañía adecuada para el hombre. Hace falta alguien que sea carne de mi carne y hueso de mis huesos. Es la media naranja la que encaja, la que me complementa. La entrega al otro, la relación personal es lo que nos define.

Pero en la narración bíblica hay una soledad inicial. Un aislamiento que tiene sentido, que es necesario. Un silencio creador, una calma, un reposo inevitable. Calma para escuchar. Soledad para reflexionar, para enfrentarse a los fantasmas, a los miedos y descubrir su sentido. Conocerse para poder conocer. Tengo que aprender a estar conmigo para poder estar con los demás. En esos momentos de sosiego me voy descubriendo, el silencio abre la puerta de la libertad, me pone en la realidad de las cosas, en la verdad.

"El silencioso es un hombre libre. Ninguna dictadura podrá nada contra el hombre silencioso, ningún poder puede arrastrar a un hombre silencioso." Estas palabras del Cardenal R. Saráh pronunciadas en Montilla me impresionan. Tenemos que apostar por ejercer el silencio. Acudir a los gimnasios del silencio para fortalecer los músculos de la libertad; nuestra capacidad de razonar, de profundizar en el sentido de la vida, de los acontecimientos que nos rodean. No dejar que otros piensen por mí. Reposo para escuchar. Para hacerme cargo de lo que le pasa al que está a mi lado. Sosiego para contemplar al amado.

La paz interior crea un espacio íntimo de tranquilidad que acogerá los conflictos, los hará reposar debidamente y encontrará su solución. Una pausa, un bajar el volumen, un sosiego. Un espacio a la sabiduría que busca el auténtico sentido de las cosas. Así habrá menos estridencias en la vida. Menos brusquedad, más luz y rumbo en el camino.

"Solo hay que pararse, callar, escuchar y mirar; aunque pararse, callar, escuchar y mirar -y eso es meditar- se nos haga hoy tan difícil y hayamos tenido que inventar un método para algo tan elemental", dice Pablo D'Ors. Como no es fácil, hay que proponérselo. En lo personal se puede pasear por la playa sin los auriculares, conducir un rato sin la radio. Pararse a contemplar la puesta de sol. En lo familiar comer sin la televisión y poder escuchar a la mujer, al marido, a los hijos… Sería muy sano dedicar diez minutos a meditar. Es cuestión de perder el pánico escénico al silencio. Para los que somos creyentes la soledad del Sagrario acompaña mucho, y es caudal de agua viva que apaga toda sed.

Una soledad acompañada. "La noche sosegada/ en par de los levantes del aurora, / la música callada, / la soledad sonora, / la cena que recrea y enamora". Canta San Juan de la Cruz, ya que una soledad en la cual no puede penetrar la palabra del amor es el infierno.

En ocasiones el silencio hace de caja de resonancia de mi vacío, activa mis incoherencias y entonces surge el pavor a la soledad. Puedo huir, emborracharme de ruido y griterío, pero también ser valiente y enfrentarme a mis dragones, a mí mala conciencia. Puedo preguntarme por qué estoy solo, y en vez de añorar el ser querido, cuestionarme a quién amo de verdad. Puedo salir de la cárcel. Abrir una rendija. Escuchar al otro.

Para todo esto es necesario pararse, hacer un corte en nuestra alocada vida. Encontrar la paz del silencio. El sosiego del lento paso del tiempo que mide aquel reloj de sol que decía: Horas non numero nisi serenas. Solo cuento las horas que transcurren serenas podríamos traducir. Un cortecito, un poco de paz.

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