Turismo Cuánto cuesta el alquiler vacacional en los municipios costeros de Cádiz para este verano de 2024

Oigo a alguien decir efusivamente que hay que salvar la Navidad y no puedo sino recordar la película de animación de Henry Selick (que todo el mundo cree que hizo Tim Burton) llamada Pesadilla antes de Navidad. "¡Salvemos la navidad, Jack Skelleton! ¡Hay que salvarla!", me parece escuchar. Mire usted, a mí la navidad, hoy por hoy, me da lo mismo; lo que hay que salvar, y por este orden, son las vidas de la gente y la economía de nuestras empresas y familias para evitar que la pesadilla nos devore del todo. Hoy toca que empiecen nuevamente los contactos y reuniones del presidente Sánchez con los líderes autonómicos para ver cómo anda la cosa en casa sitio y decidir si hay que confinar más a los juerguistas para no arruinar más a los cautos. Supongo que de aquí al domingo habrá nuevas -no news, good news- porque el 23N está ahí ya.

En los telediarios de ayer la pesadilla de Selick (que no de Burton) continuaba, ofreciéndonos una sobremesa de rayos y truenos, sapos y culebras. Mientras nuestros abuelos, madres, hermanos, esposas, hijos y nietas mueren, mientras los negocios cierran, nos mandan a lo redondo de la calle, los ERTE nos achuchan y el SEPE no nos coge el teléfono para tramitar el desempleo, nos vemos confinados parcialmente por toques de queda y sin saber a ciencia cierta si habremos de ponernos la vacuna de Pfizer, la de Moderna o las dos a la vez. No sé si La Moderna, ese templo mítico del riñón al Xerez estará aún abierto o si cura el covid, por cierto, así que tendré que preguntarle a David Gallardo, que es patrón marinero en esas aguas.

Odio estas sesiones del Congreso que remedan capítulos postreros del Sálvame Deluxe patrio. Los proyectiles sobrevuelan sin cesar y llevan nombres antiguos: Franco, ETA, Venezuela, Gürtel. Son tan predecibles como obsoletos, de esos cuyas cabezas de pepino aparecen ensobradas a la orilla de una duna en Camposoto. Me sorprendió, eso sí, ver a Ana Oramas absolutamente indignada, echándole una bronca de gran categoría al Gobierno Picapiedra (es decir, a Pedro y Pablo) por su gestión de la pandemia covid-19 en las Islas Canarias, de la que ella es diputada electa. La señora Oramas viene haciendo gala desde hace años de una elegancia en las formas, un sentido de Estado, una coherencia tal que la convierten en un caso extraño en el hemiciclo madrileño. Por eso digo que admiro a esta mujer que defiende con bríos y sin bridas a su tierra, a su pueblo; a España, en definitiva.

Desconozco cuánto tiempo le quedará entre los sufridos diputados. La política engancha y el que la prueba no quiere volver a la vida diaria, a la ausencia de privilegios, canapés y iPads, aunque algo me hace pensar que Ana Oramas, la del verbo ardiente, no durará demasiado tras haber atacado con esta fiereza a la presidencia bicéfala. Aparte, tenía antecedentes. La canaria ha pasado con total seguridad a la lista negra (como la de El hombre tranquilo) y no me extrañaría que fuera vetada en los próximos comicios, dejándonos huérfanos de su arrojo y su honradez. Salvemos a Oramas, ella es la Navidad. Salvemos España, de paso.

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