Análisis

Manolo Fossati

La abubilla desahuciada

Esa ave de colores y cresta llamativos se convirtió en compañera de las soledades

Hace ya unas semanas, y después de décadas de abandono, alguien ha arreglado una valla de obra coronada por una malla metálica y alambre de espinos frente a mi casa. La cerca, que bordea instalaciones militares junto al hospital ahora civil de San Carlos, merecía mejores cuidados de los que hasta ahora se le estaban dando, y reluce blanca como nadie recordaba, ahora sus metales brillantes. Incluso se han pintado sobre su superficie algunos rótulos discretos advirtiendo de que tras ella hay una zona militar, aunque el uso del solar es fundamentalmente de aparcamiento.

Me felicité por el arreglo, pero fui el único en lamentarse de un efecto secundario adverso. En uno de los huecos que el tiempo había abierto en la pared anidaba una abubilla. Había reparado en ella la primavera del confinamiento. Las largas horas de encierro forzaban a mirar más por la ventana y esa pequeña ave de colores y cresta llamativos se convirtió en cierta forma en compañera de las soledades, contribuyendo más a aliviar la prisión sanitaria impuesta que las diarias salidas a aplaudir a los sanitarios o las sonoras cabalgatas de coches policiales y de bomberos.

Cada día y varias veces, la abubilla anidante aparecía en el cielo, revoloteaba un poco y se posaba en uno de los árboles del solar, el más frondoso y acogedor; luego saltaba a uno de los postes de la alambrada y permanecía allí unos segundos, mirando hacia todos lados, operación de vigilancia que repetía sobre el suelo de la calle, hasta que se aseguraba de que ningún enemigo iba a observar su siguiente paso. Entonces, en un rápido aleteo ascendía hasta el hueco en la pared y desaparecía en el interior. Siempre el mismo protocolo.

Nunca pude verlas, pero era evidente que dentro del muro estaban las crías y que todos los pasos de ese baile diario del pájaro estaban destinados a alimentarlas con la mayor seguridad, sin que las descubriera ningún ladrón de nidos. Me sentía como contemplando un documental de naturaleza y me quedaba con ganas de ver lo que ocurría en el interior de la hoquedad, pero sólo suponerlo ya me valía.

Ahora, todo eso será imposible. Seguramente la abubilla habrá encontrado otro hueco y su vida habrá seguido después de unos instantes de confusión. Pero yo ya me he perdido el pequeño y milagroso espectáculo, al menos hasta que el tiempo decida abrir otro agujero y que yo viva para verlo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios