El reciente nombramiento de Dolores Delgado como Fiscal General del Estado se ha convertido en la comidilla de los días posteriores a la jura de los ministros del gobierno de coalición entre PSOE y UP. No hace mucho, D.D. era una fiscal bastante beligerante en redes sociales y, por ello, cuando fue nombrada ministra de Justicia, tras las tristes experiencias previas con Alberto Ruiz Gallardón o Rafael Catalá, un sentir de alegre aceptación recorrió muchos pasillos judiciales. Sin embargo, su buen comienzo fue efímero: primero cambió de postura respecto a temas demandados por el mundo jurídico, lo que le hizo perder simpatías con celeridad y, posteriormente, llegó su lamentable debacle tras las gravísimas e interesadas filtraciones de las grabaciones de sus almuerzos con Baltasar Garzón, el entonces comisario Villarejo et alii.

Hechas públicas las grabaciones, se generaron maliciosas conjeturas respecto a la estrechez de su amistad con Garzón, se comprobó que no había dicho la verdad cuando negó haberse reunido con Villarejo, y se criticó con denuedo su inaceptable pasotismo frente a una trama de prostitución con menores de edad con juristas y sus cotilleos de portera vieja, amargada y aburrida sobre la supuesta homosexualidad del magistrado Fernando Grande-Marlaska, del que era compañera en el consejo de ministros. La entonces ministra aguantó el tirón, tragando sapos, culebras y villarejos por un tubo.

Curiosamente, en esa época el hoy vicepresidente segundo del gobierno, Pablo Iglesias, pidió con virulencia la cabeza de Dolores Delgado, hasta el punto de que incluso le exigió que abandonara la política porque "alguien que se mezcla con la basura de las cloacas (del Estado) debe alejarse de la función pública". Claro, ahora que Iglesias cotiza a todo trapo y emana solidaridad y corporativismo gubernamental, defiende a la nueva fiscal general del Estado esgrimiendo que está conforme con su pase del poder ejecutivo al judicial porque Delgado "ha pedido perdón" por sus relaciones con Villarejo y porque "merece una oportunidad y demostrar que la Fiscalía actúa con principios de autonomía". Sin embargo, la mácula de las grabaciones de Delgado con el temible Villarejo no saldrá ni con un potente programa de lavado.

Piensan distinto varias asociaciones de jueces y de fiscales, pues consideran que el nombramiento de la F.G.E. daña la imagen de imparcialidad y credibilidad del Ministerio Fiscal provocando una confusión en los roles, e incluso acusan al presidente del Gobierno de no tener en cuenta "la falta de separación de poderes" judicial y ejecutivo. Como si a Sánchez le importara esta crítica lo más mínimo, vamos. La Fiscalía, ora controlada por el Gobierno, ora independiente, siempre será jerárquica. Hay muchos marrones candentes en la cercana agenda político-judicial y tener un ministerio público armónico y proactivo nunca viene mal.

Estamos ante el Pedro Sánchez más desvergonzadamente estratégico que hayamos conocido hasta el momento. Nos ha presentado por sorpresa La Villareja, el primer acto de su recién estrenada ópera bufa para el buen gobierno del reino de España. Próximamente en todas las salas de España. Y de Cataluña.

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