Sacudidas, estremecimientos, un susto que no se me va del cuerpo ni del alma. Llevo demasiadas horas, enredada entre los carnavales, la cuaresma, la asamblea de mi grupo lector y las actividades pensadas para el día de la mujer. Proyectos y más proyectos. A veces buscando letras simpáticas para añadirlas como extra a los centros donde leemos, otras, en soledad, reflexionando sobre todo lo que significa la Cuaresma, esta vez con mayúsculas. Otras más tratando de escribir algo apropiado para el encuentro de escritoras portuenses que tendrá lugar el nueve del próximo mes… No tengo ni un minuto de aburrimiento o de desidia. ¿A qué hablar, entonces de temblores? ¿Qué pintan en este artículo el comentar algo sobre estremecimientos?

Tienen la culpa los informativos. Esas visitas a los lugares de conflicto de los que prometen ayudar, para seguir engordando la industria de las armas, vendiéndolas lejos de los países en donde las fabrican. No es la primera vez que pasa en la historia. Es la guerra maldita y el capital que genera… Y mientras yo, ajena a la tragedia, sigo buscando letras que hagan reír o voy a comprar la fruta preferida de mis nietos por si nos visitan. Parece que no puedo hacer otra cosa. ¿Dónde acabaremos si nadie puede hacer otra cosa?

Oigo que se invierte en armamento, que los líderes están dispuestos a todo con tal de no perder. Justifican la violencia. A mí con esas. A nosotros, los mayores, nos van a venir con esas. Troleros. Embaucadores… y la gente oyendo sin rechistar los mítines. A líderes así, dispuestos a llegar hasta el final de las contiendas para ganar como sea, las que sabemos lo que cuesta parir a un hijo, los mandaríamos a recoger cadáveres. Puede que esos que ya perdieron la voz, sean capaces de expresarles, desde la mudez, lo injusto y lo estúpido que es empeñarse en tener razón.

Me siento tan ilusa… ¿Habrá futuro? No dejo de preguntarme dónde acabaremos todos si se deciden por el armamento nuclear. Siento el dolor de esas personas cercanas a la guerra. Pobres. Ignoran que las soluciones pacíficas, por desgracia, no generan capital.

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