Análisis

Manolo fossati

San Fernando paranormal

Como si no fuera bastante con el miedo que debería dar el coronavirus

Ni la Feria ni la Semana Santa ni el 24 de Septiembre, no digamos ya el Día del Cerro. Lo que esta Isla de miles de náufragos no va a soportar es quedarse sin Halloween, vulgo Jalogüín. En pocos años, esta fiesta pagana (¿cuál no lo es o no proviene de otra que sí lo es?) se había instalado en San Fernando como si viniera de una larga tradición, abrazada con fruición no ya por los niños que la han conocido como algo connatural a sus vidas, sino por todas las edades, y acogida y promocionada por este Ayuntamiento tan entregado a las celebraciones populares, que se había propuesto hacer de esta apoteosis artificial del terror cinematográfico más infantil una de las señas de identidad de la ciudad.

Hace sólo dos o tres años, el gobierno municipal lanzó al aire la descacharrante proclama de hacer de La Isla un centro nacional de atracción turística en torno a esta fiesta anglosajona, y a ello se ha dedicado con empeño. Pero el covid-19 ha demostrado que no hace falta ser un fenómeno paranormal para resultar más real y terrorífico que los falsos payasos y zombies de opereta isleños, y ha obligado a que las autoridades, con todo su pesar, cancelen las celebraciones.

La resistencia municipal, convencida de que este pueblo no sería el mismo sin fantasmas, se mantiene sin embargo fuerte en su inescrutable empeño. Como si no fuera bastante con el miedo que debería dar el coronavirus, se van a decorar las calles con calaveras y calabazas que anuncian calamidades. Todo con tal de "mantener el espíritu de Halloween" como ha declarado, con no buscada redundancia poética, la concejala de Turismo.

El toque de queda se alza como un nuevo y gran obstáculo para este empeño, porque a ver quién tiene ganas de salir a asustar antes de la misteriosa medianoche… pero ya se les ocurrirá algo.

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