Puente de Ureña

Roza tu nombre mi memoria

Sabemos que la lectura hoy, como ayer, como otrora, jamás importará un triste pimiento de las perdidas huertas isleñas

En 1995, en el acto de fallo del Premio Internacional de Novela 'Luis Berenguer', el escritor Jorge Cela Trulok, hermano del Nobel, hablando de la "locura" de Luis, dijo: "Pensemos en la alegría, el optimismo y la locura de Berenguer que, para sacar dinero, se metió a escribir en un país donde a sus gentes les importa muy poco la lectura, los libros…".

Es un pasaje evocativo que me roza la memoria cuando pienso en Juan Mena, en Enrique Montiel, en mí mismo. Aquejados de esa locura, nos quedamos en San Fernando, a pesar de saber que lo mejor era irse a Madrid. Vete a Madrid, decían los amigos de Mena a Mena y esa fue la primera novela, de este ciclo, de las cuales Roza tu nombre mi memoria es la tercera. Sabemos que la lectura hoy, como ayer, como otrora, jamás importará un triste pimiento de las perdidas huertas isleñas. Pero seguimos insistiendo. La trama no es más que el avatar imaginativo del autor y que ahora desvelo. "Un catedrático de filosofía transcurre su vida en un instituto en la misma ciudad a la que se ha mudado desde otra ciudad vecina, después de sufrir en ella por causa de una frustración amorosa. Al poco tiempo de iniciado el curso académico, se entera de que la mujer a la que pretendía ha fallecido. Él se siente un poco culpable y su obsesión gira en torno a su inevitable recuerdo, con independencia de que haya una compañera del instituto que está enamorada de él con pocas esperanzas de que el catedrático le corresponda a sus insinuaciones y, por lo contrario y contra su voluntad, empieza a prendarse de una joven profesora que está casada y con hijos".

Juan Mena abre un paréntesis en su creatividad poética e incursa de nuevo en la prosa, aseverando que se narra lo que fue y lo que se quiso que fuese. Evidente que haya mucho monólogo interior, introspectivo, profundo, donde las dudas, los miedos, los actos se amasan heñidos antes de ser la decisión, a lo mejor invulnerable, a lo peor perjudicial.

Los personajes en sí mismos entran en la disquisición. Es difícil contarse uno a sí mismo su propia vida temiendo que la ficción se le acerque con sobornos de maquillar la realidad. En toda narración autobiográfica se echan un pulso el anhelo de la sinceridad y el soborno con que guiña la imaginación.

Cela dejó escritas algunas normas, como afirmaba Berenguer. No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Oscar Wilde, cita Juan Mena, insistió en que, Escribir es crear. Todo lenguaje redicho y pálido es plagio de lecturas de otros autores. Y añadió: "Entre Hugo y Shakespeare han agotado los temas. Ya no es posible ser original ni siquiera en el pecado. No nos quedan emociones auténticas, sólo adjetivos extraordinarios".

Juan no cae en lenguaje redicho, ni adjetivaciones más dignas de un poema que de la prosa esencial. Sigue viviendo en la Isla, escribiendo en la Isla, imaginando esos mundos fuera de ella, pero su ordenador, su despacho, su memoria están en el mismo centro de San Fernando, ese pueblo que cómo dijo Cela, "es parte de en un país donde a sus gentes les importa muy poco la lectura, los libros…". Vamos a desmentirlo con su obra reciente.

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