Cuando a uno lo agarra por los pantalones la ira, la cólera, o sea, el cabreo grande, cuando uno ve lo que ve, medio comprende (sin justificarlas, no, eso nunca) las barbaridades y las agresiones que a menudo rodean algunos partidos o postpartidos. Porque no puede ser que el Glorioso tenga que jugar ya casi por norma generalizada, cien minutos. O más, como esta noche gaditana.

LaMientras nos trasladábamos al Carranza, Pati, que aún se pone la camiseta amarilla con el nombre de Kiko nada menos que por la Porvera de Jerez, vaya heroína que está hecha la niña, me dice: "Ojú, Hernández Hernández, menudo hijo de mamá". Lo de mamá es un eufemismo que escribo por cariño a las madres, que todas son santas. No se equivocó la niña. Acertó de pleno. Desgraciadamente.

Menudo arbitraje nos hizo el pequeñín éste del pelo ondulado. Porque ¿es que el Glorioso tiene que jugar, ya parece que por norma, 110 minutos cada partido? Es que en el Barça-Valencia el trencilla concedió sólo tres minutos, lo que debería ser siempre así. O cuatro. A lo más cinco. Y en ningún match de Champions he visto yo un extra time de diez minutazos. Pero es que, para más inri, como escribí en la crónica del Glorioso en San Sebastián, pasó exactamente lo mismo, que se prorrogaron los diez larguísimos minutos en doce. Pero es que para más inri, en esa prórroga de la prórroga, el insufrible y rubito jilguero nos pita una mano dentro del área y, tras rascarse la cerilla del oído, se va a la tele, y, es que una vez que van al monitor, ya se sabe, siempre se acaba señalando penalti. Trago con los diez minutos, que ya es mucho tragar, pero que conceda dos minutos más, no lo aguanto. ¿Qué perseguía el impresentable? ¿Pitar un decisivo penalti? ¿Hundir al Glorioso por haber el club reclamado que se rejugara el otro atraco, el del día del Elche? Pues parece que por ahí van los tiros. Los pequeños, suponiendo que el Glorioso sea pequeño, no pueden protestar en este covachón inabordable que se han creado el mundo de los del pito. Se puede insultar a Don Felipe, se puede insultar a Pedro Sánchez, se puede mentar a la madre de Abascal burdamente en una manifestación, se puede hablar mal del Papa Curro, hay quien blasfema. Pero NUNCA se puede hablar de los árbitros. ¿Por qué, en una democracia no se puede criticar, haciendo uso de la libertad de expresión, a un ciudadano público? El pobre Sergio se tuvo que tragar la lengua para evitar ser castigado, porque, no se sabe por qué de los árbitros no se puede hablar en este país que aún se llama España. Los árbitros tampoco pueden hacer declaraciones, lo que sería útil para conocer, al menos, por qué alargó malévolamente esos increíbles diez minutos. O por qué pitó el penalti. O, cómo es que no vio que Portu estaba en clara posición de fuera de juego cuando se sacó de la manga la onerosa falta. Se han montado un chiringuito absolutamente dictatorial, opaco e impenetrable. En ese caldo de cultivo es muy fácil que nazcan los Negreira de turno.

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