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La tarde de la tarde con Campoamor fue una tarde espléndida. La Academia la había programado con la entrega del Puente Zuazo, y mientras el ganador leía el cuento, que iba sobre la piedra grande de la Leona en Torregorda, donde mató el Fofi aquella raya gigantesca, me acordaba sin poder remediarlo, del ciego de Antequera, poeta misógino, que tildaba a Campoamor de poeta retórico.

La retórica es el cementerio de las ideas, dice siempre el doctor Chamorro, desde que lo conozco. Y la conferencia, seria, ilustrada y amena, nos descubrió pasajes de la vida de Ramón María de las Mercedes (Pérez) de Campoamor y Campoosorio, desde su duelo con el almirante Topete hasta la invención de las doloras, neologismo trabajosamente aceptado por la Real Academia, quien la definiera lacónicamente, como: Breve composición poética de espíritu dramático, que encierra una reflexión. Hubo poetas españoles que se negaron admitir qué era la dolora, y el doctor Chamorro lo dejó claro, las tildaban de pareados, cuartetos o quintetos, y acaso, sólo aleluyas; y, sin fijarse en su carácter intrínseco, rechazan el título de doloras. Y alguna fue incluso prohibida. Siempre la exterioridad sobreponiéndose a lo esencial. Como ayer, como hoy, como siempre en un país donde la envidia, el rencor y la mediocridad, alcanzan cotas de libro Guinness World de los records.

También destacó las humoradas, que tampoco fueron bien comprendidas, analizadas en autopsias de retoricismo. Algunas humoradas alcanzaron después su paraíso en las greguerías de Gómez de la Serna. Y a estas sí les reconoce la Academia su autoría e invención, todavía. Campoamor las defendió como esa poesía, ligera unas veces, intencional otras, pero siempre precisa, escultural y corta, que nuestro eminente poeta el señor don Gaspar Núñez de Arce ha estigmatizado con la expresión desdeñosa de «Suspirillos líricos, de corte y sabor germánicos, exóticos y amanerados». Ah, la España de charanga, pandereta y acólitos del amen a sus congéneres pero puros aristarcos para los demás.

El doctor Chamorro iba recitando, de memoria, el poema en tres cantos, el Tren expreso, rapsodiado para todos los asistentes, con ese amor extraño en el viaje a París. En el tiempo, resucitaba Campoamor de sus viejos deliquios, recuperando los versos que la marcha del tiempo oxida, descomponiéndolos, orinando los pensamientos de los grandes monumentos literarios, unos por insustanciales, otros por anacrónicos y sólo, dejando polvo de ruinas en aquellas manifestaciones artísticas, rápidas inscripciones, relámpagos de ideas, que parecen aun ecos de los latidos del corazón humano.

Una magnífica tarde, con nuestros amigos, entre los que no faltó nuestro queridísimo Juan García Cubillana, Académico de Honor, al que la Alcaldía y la Academia le deben una calle o una placa de reconocimiento en el Callejón de San Miguel, que tantas veces pidió el Dr. Chamorro. Menos mal que me quedé, para no deshumorarme, pensando en el oleaje rugoso de la Leona grande, frente a la cual, naciera la Marea Escorada de Berenguer. Sacó el doctor Chamorro a Campoamor del cementerio de las ideas y lo restituyó al tiempo nuestro. Al gran autor que definiera también, a la ironía como la retórica del diablo. Enhorabuena a la Academia por programar tan excelente act

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