El Puerto Accidente de tráfico: vuelca un camión que transportaba placas solares

Les aseguro que sí, que voy a escribir sobre los reyes, pero antes permítanme saludar desde este artículo a unas personas especiales para mí en las fechas precedentes: El doctor Francisco Mora, mi odontólogo, que me ha puesto en condiciones de comerme el roscón. Es un médico eficaz y dotado de gran sentido del humor. También las señoras que me vacunaron de la tercera dosis contra el maldito virus y, de paso, contra la gripe. Personas pacientes y amabilísimas, pero no sé cómo se llaman.

Y, como me he levantado divagatorio, aprovecho para comentar que aprovechamos la cola de la vacuna para hacer vida social. Esto solo pasa en Chiclana. Mientras esperábamos turno para el pinchazo, liamos una tertulia y nos reímos mucho charlando con un caballero barbudo y una señora de cierta edad. Chiclana pura.

Pero volvamos a los Reyes, los Reyes Magos de Oriente, que cierran con su festividad el batiburrillo navideño. Creo que es la fiesta más popular de todas éstas, porque va dedicada fundamentalmente a los niños y los niños se lo merecen casi todo. Se trata, pues, de unos reyes buenos, aunque algo peculiares.

En primer lugar, porque son tres, y aquí surge la pregunta: ¿cada uno de ellos tiene reino propio, o, por el contrario, comparte el mismo, así que son una especie de triunviros? Y, en su condición de "magos" orientales, o sea, astrólogos, ¿dispone cada uno de ellos de su propio zigurat, o también comparten zigurat? Lo que es seguro es que debían de ser muy amigos, porque comparten sepulcro en la Catedral de Colonia, que ya es compartir.

Lo que parece probado es que eran algo candorosos y algo bocazas; porque a quién se le ocurre irle con la historia del rey neonato a un sujeto atrabiliario y cruel como el rey Herodes, que se había ventilado a toda su familia, esposa incluida, según sabemos por Flavio Josefo. Lo de la matanza de los inocentes, que cuenta el evangelista, no parece del todo probado, pero bien capaz era aquel bicho malo.

Parece evidente, entonces, que hay reyes buenos y reyes malos.

También hay reyes brutos, pero eficaces, como es el caso de los Reyes Godos. El retornado pertenece a una generación a la que se obligó a estudiar la lista de estos señores, comenzando por Ataulfo y acabando por don Rodrigo. Eficaces, sí, porque habían resuelto la cuestión sucesoria por el sencillo procedimiento de cargarse cada uno de ellos al predecesor, cosa que no todas las dinastías tienen solucionada con tanta facilidad, con pamplinas como que si aplicamos la Ley Sálica o no.

Esos reyes tuvieron mal fin, en especial don Rodrigo, que por libidinoso acabó donde las serpientes, que se lo comieron "por do más pecado había", ya me entienden. Tampoco acabó muy bien el Rey Favila de Asturias, aquel de quien se dice que se lo zampó un oso, si bien los intelectuales astures siguen debatiendo si fue el oso quien se comió a Favila, o Favila quien se zampó al oso y cosas por el estilo.

Cuestión también muy disputada es cómo se llega a rey. A lo mejor mis queridos lectores se preguntan, en estos momentos de desempleo, sí podrían tener por ahí una salida laboral, ya que se trata de puestos de trabajo muy bien retribuidos y de fácil desempeño. ¿Puedo yo opositar a rey, o presentar mi currículo a ese efecto?

Pues lo siento, pero no, negativo. En primer lugar, porque los monárquicos fetén, los de verdad, aseguran que la monarquía es institución de origen divino. ¿Ha recibido usted algún mensaje de la divinidad indicándole que posee las condiciones idóneas para exigir un trono? ¿No? Pues entonces, nada, que no, que no puede ser.

Para ser rey es preciso, eso sin duda, pertenecer a una familia dada, porque así se garantiza la sangre real adecuada para formar parte de una dinastía. Por ejemplo, los Borbones. El actual rey de España, Felipe VI, es rey porque su padre, su abuelo, su bisabuelo y precedentes fueron reyes. Es rey porque su papá, el presunto delincuente, presunto putero, presunto asesino de elefantes, el llamado "emérito" también fue rey. Como lo fueron otros insignes cachondos, como Isabel II (ver Los Borbones en pelota de los hermanos Becquer), Alfonso XII y Alfonso XIII. O monarcas tan meritorios y capaces como el Abúlico Carlos IV o el perverso y mendaz Fernando VII.

Algunos pueblos, menos reverentes y constitucionales, decidieron vulnerar esta lógica tan aplastante, dando puerta a sus reyes. Por ejemplo, los romanos, que optaron tontamente por la república. Otros se pasaron un poco de la raya, prescindiendo de sus monarcas por vía cruenta, como los franceses, que guillotinaron a Luis XVI, o los ingleses, que le dieron mulé a Carlos I.

Me parece excesivo. Opino que estas cosas hay que hacerlas educadamente, pero hacerlas, hay que hacerlas.

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