Octubre suena a algo que se quiebra, a oscuridad bajando sobre el día, a cambio de hora, a molestia, yo qué sé por qué, a cadencia de silencio y fondo. La oscuridad, como una casa vacía, el dolor con su almáciga de temores y ansias. El color ya en sí mismo, apaga el interior, baja los escalones diminutos donde se aísla el alma.

Estoy leyendo el Moby Dick que le gustaba a Berenguer. ¿Dónde? En la vieja playa donde Torregorda le acompañó para escribir. La historia explicada por el propio Melville, ahora que llega San Miguel en forma de cachalote asesino. Me evado en aquello que ascendió hasta el horror.

Describe al barco Essex, capitaneado por Pollard, de Nantucket, quien cazando ballenas en el Pacífico vio su nave atacada por un cachalote enorme, que se apartó de las lanchas y embistió contra el barco, desfondándolo y hundiéndolo en menos de diez minutos. Parte de la tripulación, salvada en las lanchas. Después de otro naufragio el capitán renegó de la mar y de sus habitantes de fondo.

Narra también que el barco Unión, matrícula de Nantucket, naufragó en las Azores, en un episodio semejante. El hórrido aspecto vengativo de la ballena, dice Melville. Un comodoro americano que mandaba una corbeta de guerra, se reía de las historias de los asustados marineros, afirmando que si atacaban a su férrea embarcación no lograrían hacerla tragar ni un dedal de agua. Pero se tropezó con un descomunal cachalote quien le propinó tal golpe, que con todas las bombas en acción, tuvo que dar quilla en el puerto más cercano para reparar daños.

El capitán D'Wolf iba proa a la Isla de Juan Fernández, a las cuatro de la mañana, el barco se estremeció por un tremendo golpe que puso a la tripulación en riesgo de muerte. Pensaron que habían encallado. Pero las sondas arrojadas a las olas, no tocaron fondo…

La Biblia, Jonás, Moby Dick. Dejado caer en la arena, esa caspa de siglos y de conchas, pienso en las orcas que atacan barcos en estos días. Aquí mismo, en el estrecho. Resucitando acometidas marinas de aquellos tiempos.

Según Melville, animales con frente de ciclón y ojos de crimen rojo. El barco Pussie Hall -vagina vestibular, atacado también por viejos cachalotes en ira ciega. Nihil novo sub sole.

Mi gran Berenguer, marino de guerra, Moreno de Guerra, tuvo que soñar con esas batallas entre el hombre y la mar. Cachalotes famosos, como futbolistas o toreros, tuvieron nombres propios: Tom de Timor, leviatán mellado, Jack de Nueva Zelanda, don Miguel de Chile, Morquan de Japón, Moby Dick seguro. Por supuesto Annawon, asesino salvaje, constatado.

Aquí, en la arena, multimínimas vidas hibernadas, veo el viejo oleaje del faro, el ciego color neutro de las cosas sin alma, las virutas de estaño y tierra donde la mar persiste en sus encuentros con la playa. Ara la tierra a fuertes golpes y nada crece en su lugar de acción. Ahora los barcos, en Trafalgar y Barbate sufren daños atacados por orcas. A lo mejor por su caza de atún rojo y almadrabas. Luis no conoció esas vicisitudes de su mar aquí mismo. Cuando la ola centellea y nadie mira al sol.

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