Pobre y rico, joven y viejo

Los ‘caladeros generacionales’, claves para decidir dónde echar las redes electoralistas

Al teclado, un Spanish baby-boomer. No existe en castellano una expresión tan concisa y útil como la inglesa para designar a las personas de una generación que sucede a una silente y de posguerra, y, un tramo de cohorte más allá, a la anterior a esta última, vinculada a la leva y a la muerte prematura: demasiados nunca fueron padres ni abuelos. Boomer: uno del boom, el de natalidad. Gente que ya pudo aspirar a criticar en público a sus mayores y al pasado y presente de su país, que fueron chavales privilegiados por la posibilidad de cursar estudios superiores, acceder a vivienda propia, gozar de seguridades laborales, acceso a la cultura, libertad sexual. A océanos de sus nada privilegiados abuelos, que –los ciclos del horror humano– sufrieron con poca niñez y sin culpa una guerra civil o mundial, bien puede que atrapados en una trinchera o desamparados en un frente de batalla. Nada de niños por todos lados, niños bien alimentados, con futuro, con varios hermanos en un hogar con coche y veraneo. ¿Generalización? ¡Estadística!

Cada país en el XX vivió el boom de la natalidad a su manera. Mientras que los estadounidenses (suele fecharse allí el proceso boomer entre 1946 y 1965) lo hicieron de la mano de la SGM, la Guerra de Vietnam y sus expresiones sociales, así como al arrollador poder militar y económico de America en el planeta, en España el baby boom se data más de diez años después, de la mano del desarrollismo y el aperturismo de la dictadura de Franco, entre 1957 y 1977, cuando comienza la transición a la democracia. Ahora, unos 8 millones de aquellos niños –ya entre 45 y 65 años– aspiran al retiro pensionado públicamente. Pero ellos –nosotros, me permito decir– no pueden pretender prejubilaciones macizas desde una juvenil madurez, como sí ha sucedido con empresas y sectores de diversa índole e ingente apoyo fiscal público directo o indirecto: bancos, energéticas privatizadas, astilleros, militares, mineros, telefónicos y agraciados de otros sectores estatales, reconvertidos a base de ayudas. Eso no va a volver a pasar. A quien Dios se la dio...

Les toca jubilarse a los boomers: todo llega. Y las cuentas salen malamente. Con el aluvión de nuevos pensionistas, el nada desdeñable gasto social incremental mermará a la baja al PIB, que decaerá con bastante probabilidad durante dos décadas. Es la pirámide de población, que no sabe de barcos: hay escasos treintañeros cotizando a base de bien: la pirámide es barrigona. Si, como suele suceder en la política de Twitter, tripas y tertulia, no te importa la economía, sí lo harán tus impuestos, la sanidad a la que accedas... y tu pensión. Los caladeros generacionales serán clave para decidir dónde poner las redes electoralistas; si en esta o en aquella almadraba. La dialéctica pobres-ricos gravitará hacia otra de jóvenes versus viejos.

Recordemos que uno no va pagando sus mensualidades de jubilación a lo largo de su vida laboral. Tu cotización no va a tu hucha: no hay hucha tuya. Lo que cotizan los “activos” va a los “pasivos” de ese momento. A eso se lo llama “solidaridad intergeneracional”. También conviene tener en cuenta que casi ningún español de los de hoy –con larga esperanza de vida– ha cotizado tanto como va a recibir. Las vías para cuadrar esta ecuación de compleja aritmética son varias, e interrelacionadas: o hay más trabajadores en activo (o sea, con empleo: esta es la clave gordiana), o cada trabajador y sus empresas pagan más para poder pensionar a otros, o se consiguen los fondos de los impuestos, o se tira de déficit cebando la deuda pública. Cada uno que se prepare su cóctel, a ser posible sin polvitos mágicos. Y sin arsénico –por compasión– para los sufridos contribuyentes a quienes va a hacer boom en la cara la saca común.

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