Las nuevas medidas han traído el descanso. Cuando llegan las doce de la noche comienza la extraña retirada. Aún así son miles los que buscan el cobijo de una playa, la soledad de un aparcamiento, el amparo de las farolas que no se apagan, y entonces comienza la noche.

La ciudad, apocalíptica, vive la noche pandémica tras los capós abiertos a golpe de altavoces portátiles, las improvisadas neveras no dejan de servir copas sin descanso.

La ciudad duerme y una valiente sociedad de quienes vienen de vuelta de todo se adueña de la noche. Las normas que prohíben beber en la calle parecen no existir. Las luces azules pasan al ritmo de la música y ni siquiera se preocupan en saber si el conductor de ese vehículo se pondrá a lomos de su corcel con el cubata en la mano.

Las distancias no existen, pues la vida sigue y ha sido mucho el sacrificio que se les pidió a los jóvenes. Noche de ronda, qué triste penar, litros de alcohol, bares improvisados, y sobre todo, lo mejor, copas a bajo precio, sin coste adicional de servicio o gastos de un local.

Luego, ya pasadas las cinco, las calles se inundan de canciones con ritmos latinos, gritos guturales de macho en celo, o ronroneos de gatas de venta. Mientras, mientras la ciudad soporta despedidas de solteros interminables, amparadas en el Ford bar de carretera, la hostelería soporta estoicamente impuestos y sanciones; ve como la Stasi va levantando a los impresentables que se atreven a apurar una copa pasadas las doce de la noche; lucha contra una burocracia, a veces ajena a la política, pero usada por esta como arma arrojadiza, y así, como si fueran hijos de padres separados, sufren las denuncias de politiquillos defensores de la ley, que lo son según la posición que ocupen en el Juego de Tronos.

Sufren las consecuencias de rencillas políticas, que, mirando con lupa los derechos de algunos ciudadanos, no dudan en cerrar bares y dejar a familias enteras en el paro. Al final de la noche, unos jóvenes sonrientes refuerzan su postura, nadie les para los pies, y el alcohol sigue empapando las alfombrillas de los coches; la autoridad, cansada de levantar a familias de las terrazas, descansa después de una misión cumplida; un empresario cierra la caja desesperado, pero agradeciendo que algún técnico no haya podido cerrar su sustento, aunque teme sanciones, el toldo sobrepasa las normas en medio centímetro; el ordenador de un político teclea la última denuncia frente a la prensa por la dejadez de quienes gobiernan, la falta de descanso de los Koalas del río puede desencadenar la muerte del gorrión pardo, El Puerto parece Sodoma y Gomorra y es una vergüenza que las mujeres vayan por la calle enseñando el ombligo haciendo publicidad. La noche de ronda… acaba.

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